Al saber que la leche es uno de los alimentos más completos y versátiles, me volví fanático de las vacas, viéndolas como un extraordinario laboratorio que la produce solamente con hierba y agua, mientras desarrolla una anatomía impresionante que luego se disfruta en banquetes como  filetes, sopas, cocidos, mondongos, frituras y sancochos. Sin embargo, nunca se me ha ocurrido alimentarme de hierba porque no me imagino con un hígado tan grande como el de las vacas ni siendo ordeñado continuamente, ni mucho menos sacrificado para deleite de los gourmets o sibaritas sociales.

La fiebre con la moringa va desde atribuirle propiedades curativas espectaculares hasta la venta en calles y avenidas de hojas parecidas, y lo peor es que las plantas auténticas están siendo destrozadas con el riesgo de desaparecerlas de nuestro territorio.

Está de moda llamar “experto” a cualquiera que hurga sobre un tema en internet y con la autoridad que me dan dos horas de búsqueda electrónica, puedo decir que desde hace muchos años y  en varios países se cultiva la moringa; que sus características bioquímicas certificadas son asombrosas y que se está experimentando sobre sus propiedades curativas de algunas enfermedades, por lo cual, nuestro Ministerio de Agricultura debe tomar en serio a la moringa ya que la población ha sido bombardeada con expectativas y rumores sensacionalistas que podrían decepcionar a la mayoría matando la gallina de los huevos de oro. Un plan piloto con siembra masiva de la planta podría darnos los fabulosos resultados reportados desde 1999 en África, India, Cambodia, Indonesia, Malasia, México, Filipinas y Taiwán, aunque para ello sea necesario darle un té de moringa al próximo ministro de Agricultura.