Expertos en miserias humanas

Expertos en miserias humanas

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
De repente el periodista dominicano dio un brinco, se levantó de la silla y corrió detrás de un sujeto que caminaba de prisa, un bloque más adelante. Ladislao permaneció sentado observando el batíburrillo humano a su alrededor: vendedores de billetes de lotería, mercaderes de objetos artesanales, guías turísticos, limpiabotas, traficantes en gorras y paños, tipos chulescos, mujeres con facha de prostitutas.

El viejo edificio que se veía desde la terraza de madera del hotel parecía construido a comienzos de siglo. Tenía seis o siete pisos; en los bajos había instalados varios negocios de aspecto precario. «Gardel Tatoo», «Ambar Factory», «Maquillaje permanente». El periodista desapareció calle abajo en un santiamén. ¿Dónde habrá ido? ¿Qué hormiga le picó? ¿Por qué echó a correr? – Señor, ¿quiere comprar la oración del Gran Poder de Dios? – No, gracias. – Señor, cómpreme esta mamajuana; tiene bejuco de calzón y miembro de carey; es lo mejor para la naturaleza del varón. El hombre que hablaba a Ladislao levantó una botella con asa llena de hojas y raíces; adentro se movía un líquido denso y amarillento, como la orina de un caballo. – No, gracias, no voy a comprar nada.

Ladislao sintió a sus espaldas la presencia de otra persona. Era el periodista dominicano que volvía por la parte trasera del hotel. Su inesperado regreso sorprendió al húngaro. – ¿Qué pasó? ¿Por qué se paró tan bruscamente? – Ese sinvergüenza me robó ayer la radio de mi automóvil. – ¿Lo entregó usted a la policía? – No, ya la está instalando de nuevo; el dirige una banda; la policía los protege a todos. También hacen «servicios» de espionaje. Ellos cooperan con los agentes secretos de la seguridad; a veces engañan a los policías haciendo creer que cumplen «misiones especiales» en la ciudad colonial. – ¿Qué hace ese hombre que está allí entregando algo mientras da la espalda? ¿Es un distribuidor de drogas? – ¿Cuál de ellos, el mulato o el negro? ¿O el gordo blanco? – No, el mulato. – Oh, a ese lo conozco bien; es Protágoras Gómez; no hace negocios de drogas; él es vendedor de dólares, cambista de menor cuantía.

El periodista se sentó otra vez junto a Ladislao. – ¿Le acosaron los vendedores mientras yo perseguía al saqueador de automóviles? – Bueno, hubo uno que me ofreció un botellón para reforzar la virilidad. ¿Y qué es eso de maquillaje permanente? – Es el tatuaje para las cejas, para acentuar las líneas de los labios; o para colorearlos. Las gentes que visitan estos lugares no se parecen a los universitarios que usted trataba en Hungría, ni a los académicos de la Unidad de Investigación de La Habana. Son personas para las cuales no hay Dios ni hay diablo. Debe tomar en cuenta las limitaciones en la educación, las miserias, económicas y morales, que acosan a la mayor parte de los caribeños. – Usted me incitó a seguir la pista de la vida de Marguerite de Bertrand. Por ese motivo fui a parar a Cuba. Me gustaría que usted leyera algunos trozos de mis escritos sobre el siglo XX. La lectura de unos cuantos pedazos le ayudará a comprender mejor el conjunto; y al revés, conocer el conjunto le permitirá valorar adecuadamente los trozos aislados que componen la historia entera.

– Créame, estas existencias estragadas y miserables, que vemos pulular a nuestro alrededor, son resultado de antiguas peripecias políticas desafortunadas. El triste pasado condiciona el porvenir de esos escombros humanos. No crea usted que no veo con claridad la diferencia entre un hombre desesperado e ignorante y otro educado y satisfecho. Había un profesor en Budapest que decía a los estudiantes del bachillerato: «tacones, polvo y suelas de zapatos, es lo único que logra ver la persona que sólo mira hacia abajo». Y luego añadía: «si diriges la vista hacia el firmamento es probable que veas algunas estrellas brillantes, en un panorama muy amplio; desde luego, puedes tropezar, caer y golpearte severamente con algún obstáculo insignificante».

– Cuando usted haya pasado un par de semanas en Santo Domingo tendrá ocasión de comparar las cosas de aquí con las de Cuba. – Ciertas expresiones de los habaneros nunca las entendí del todo. Lidia, mi amiga cubana, se reía de mi cuando yo preguntaba: «¿Qué es el golpe de bibijagua? Me prometió explicarme algún día. Ahora estamos separados por el Mar Caribe – La «bibijagua» es una hormiga con la cintura estrecha y la cola larga. En Cuba llaman así a la misma hormiga que los dominicanos le dicen «jibijoa». Es una hormiga culona que pica durísimo. De las mulatas con cintura fina y nalgas grandes se dice que son «hormigas jibijoas». El «golpe de bibijagua» es un movimiento que las rumberas cubanas hacen con las caderas. Tal vez no se lo quisieron explicar porque el asunto tiene una connotación sexual. – Creo que sí; Lidia me contestó riendo; pero íbamos en un autobús; y otras personas nos acompañaban. Ese señor Medialibra, el que le recibió en la Unidad, me dijo que había un cantante llamado «Puntillita», de casi setenta años, que fue quien popularizó lo de «El Golpe de Bibijagua». Grabó un disco con esa canción folclórica. Pero no pude escucharla porque me trasladé a Santiago de Cuba para conocer las «Memorias» de Marguerite de Bertrand. – Mire usted, doctor Ubrique, esa mulata que va ahí es una verdadera hormiga jibijoa. Ladislao, sin decir palabra, estuvo mirando la mujer hasta que desapareció entre la multitud. Santo Domingo, R. D., 1993.

henriquezcaolo@hotmail.com

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