Somos una población asentada sobre un área de la corteza terrestre capaz de moverse sorpresivamente para causar pánico o destrucción según la intensidad que es igual de impredecible. El historial sísmico dominicano no ha dejado huellas que muevan con permanencia y obligatoriedad a construir de manera segura ni a conocer la forma de reaccionar a fuertes sacudidas para recibir el menor daño posible al venirse abajo las moles que rodean gente. El estremecimiento de ayer temprano, con epicentro cerca de Baní y balance de espantos sin reportes lamentables, debería ser motivo suficiente para pasar revista al cumplimiento del código antisísmico, vigente y actualizado, a que deben someterse los constructores de edificaciones públicas y privadas, con particular énfasis en las de más envergadura o que están destinadas a la enseñanza, la salud, el comercio y otras actividad muy concurridas.
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Inventarios anteriores detectaron vulnerabilidades a ser remediadas por particulares y el Estado, incluyendo escuelas y hospitales; no se conoce que, significativamente, se procediera en consecuencia. Correspondería a las autoridades llamadas a ejercer controles de calidad sobre el levantamiento de obras para diferentes fines rendir un informe global que certifique ante la opinión pública que, al menos en gran medida y en atención al impresionante desarrollo urbanístico de Santo Domingo, los capitaleños moran junto muros y bajo techados suficientemente seguros. No llevar este pánico al olvido.