Exposición poética y dramática, imágenes poderosas e insólitas

Exposición poética y dramática, imágenes poderosas e insólitas

Samuel Esteban tiene una personalidad polifacética en el campo artístico. De ejercicio profesional es fotógrafo y publicista, pero cultiva también, a nivel de estudios y actividades, el canto lírico y el teatro. Lo hace con seriedad, convicción y fervor.

Descubrimos esos dotes y aficiones paulatinamente, a raíz de su primera exposición de fotografía en la Galería Nacional de Bellas Artes, una excepción por ser “opera prima” y muestra individual. Ahora bien, la calidad de su obra y -en cierto sentido- su audacia temática justifican esa presentación privilegiada.

Dentro de una concepción contemporánea, Samuel Esteban, menos que un documento fotográfico, elige un concepto, premedita un tema en vez de que ese se le imponga, construye un contexto en lugares y con objetos que él ha escogido, modificado, preparado, si no física, mentalmente. El acercamiento creativo comienza, pues, antes del manejo de la cámara. La imaginación y la imagen se funden monográficamente para un tema difícil: es lo que hace su repertorio interesante, particular y cautivador.

La exposición. Esa estrategia, ese compromiso, empiezan con el título, que intriga y puede chocar aun: “Hablé con la muerte”. Cabría considerar el conjunto de fotografías de Samuel Esteban como un ensayo fotográfico y un psicodrama visual. Para iniciar sus exposiciones personales, el joven artista ha preconcebido retratar una realidad especialmente dramática, ¡con un fin… de final! El fatalismo no se impone, sin embargo, y él conversa igualmente con la vida, con los que siguen vivos, con exteriores e interiores afines, con relaciones y sentimientos propios.

Una primera parte, que el espectador encuentra al entrar en la sala, enfoca directamente, sin concesión al dramatismo, la experiencia y proximidad afectiva del autor. Las imágenes difieren y desfilan, desde la preparación del difunto que se induce y un perro durmiendo entre lápidas, hasta las llamativas flores apretadas en latas y un “closet” vacío, testimonio de la partida… No falta aquí el homenaje discreto del artista a la abuela a quien nunca conoció, pero que probablemente incidió en la opción temática.

Luego, hay una segunda parte, a la que se confiere especial importancia; un espectáculo muy local, real, alegórico: las zapatillas que cuelgan peligrosamente en los alambres y marañas eléctricas barriales… “Guindar los tenis”, en buen dominicano, equivale a morirse…

Samuel Esteban los ha perseguido con su objetivo, los ha metaforizado y multiplicado. Los percibimos, esos otrora calzados informales, en su soledad, en dúo, en racimos, agrupados, enfrentados, reclinados, cuales los protagonistas de un velorio o del último adiós en el camposanto. En sí, son objetos banales, pero su simbología y su situación insólita, camino del cielo, los sobredimensionan conceptual y visualmente. La cámara juega con ellos, les dota de vida o exalta su naturaleza de aéreas esculturas “ready-made”.

Esta secuencia podría hasta ser objeto de un álbum, y en especial una fotografía urbana, a contraluz, de gran formato, sobresale por su dramatismo y connotación, al igual que por su composición espectacular y su red geométrica de líneas entrecruzadas, donde los tenis, en impresionante multitud, dividen la imagen en dos partes.

Samuel Esteban es un fotógrafo muy prometedor: con el mayor interés esperamos sus futuros proyectos y nuevos ensayos.

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