Expresión, sensibilidad, brío del Trío Dominicano

Expresión, sensibilidad, brío del Trío Dominicano

El 22 de enero 1963 se firmó en el Palacio del Eliseo, en París, un tratado entre Alemania y Francia,  que sellaba la amistad y la confianza definitivamente recobradas entre ambos pueblos, mediante una cooperación plural, abarcando educación, defensa, cumbres políticas intergubernamentales y relaciones internacionales.

El canciller alemán Konrad Adenauer y el presidente francés Charles de Gaulle emitieron una declaración conjunta, fecha y acontecimiento determinantes para la historia de Europa y ejemplo para el mundo.

Las misiones diplomáticas de Francia y Alemania en la República Dominicana, encabezadas por sus embajadores respectivos, han celebrado ese aniversario de manera admirable: un concierto de música de cámara, cuyos cuatro intérpretes alcanzaron dimensiones y efectos orquestales, en la Capilla de los Remedios –de notable acústica-.

El Trío Dominicano, de alta competencia y vasto repertorio,  integrado por la pianista María de Fátima Geraldes –fundadora del conjunto-, el violinista Darwin Aquino y el violonchelista Juan Pablo Polanco, agregó a una consabida calidad instrumental, el encantamiento de la voz, con la soprano Antonia Chabebe.

Programa perfecto, músicos excelentes. No pudo haber un mejor programa para la circunstancia que esas diez piezas cortas, muy conocidas por los melómanos, alternándose compositores  alemanes – Ludwig Van Beethoven, Robert Schumann, Felix Mendelsohn, Hugo Wolf, Johann-Sebastian Bach- y franceses –Gabriel Fauré, Charles Gounod, Jules Massenet,  Camille Saint-Saens, Louigny -.La simbiosis Bach-Gounod –Gounod hizó su célebre composición a partir del primer preludio de Bach- en el sublime Ave María fue no sólo un final impresionante con todos los intérpretes, ¡sino que esa fusión de los dos autores se volvió alegoría de la conmemoración! A tanta plenitud, musical y espiritual, el numeroso público (cor)respondió con fervor y entusiasmo.

El concierto empezó con  Romanza en sol mayor de Beethoven, en una versión para violín y piano, y desde esa “apertura” se definió la intensidad emocional, que caracterizaría la noche. María de Fátima, que , en ningún momento, se limitó a un acompaniamiento y tocó, podríamos decir “a duo”,  en todas las piezas –¡una verdadera performance!-, hizo gala una vez más de su experiencia pianística con la gran belleza de un juego vigoroso y conciso, sensitivo y permanentemente renovado. Darwin Aquino,  artista totalizante en sus facetas de compositor, director e instrumentista, aunando la dominicanidad y el clasicismo universal, demostró tanta fuerza como refinamiento, con un sonido purísimo, alcanzando el climax lírico en la Meditación de Thaís y su melodía para el violín de infinita tristeza. El violonchelo, instrumento de cuerdas tan difícil y  dicen, el más parecido a la voz humana, impuso la joven maestría de Juan Pablo Polanco, su juego ágil y la majestuosidad de sus notas graves: en el Cisne de Saint-Saens el fragil y cautivante vibrato, sostenido por el piano, evocaba los aleteos dramáticos del ave en su versión de ballet solo. La soprano Antonia Chabebe, reuniendo gracia física, expresividad gestual delicada y dominio respiratorio óptimo, representa más que una esperanza para el escaso canto lírico dominicano y enseñó sus múltiples posibilidades vocales ya afirmadas.

Si nos deleitó en cada una de las piezas cantadas, tal vez, aparte del triunfal Ave María, fue en el “Air des Bijoux” donde más sobresalió su brillantez.  ¡Y no hace ningún daño –nota jocosa- que esa aria haya sido tan popularizada por un personaje de tiras cómicas belgo-francesas…

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