Extinción ríos reclama atención del Gobierno y de la ciudadanía

Extinción ríos reclama atención del Gobierno y de la ciudadanía

Cada piedra, cada corpúsculo que habita en las arenas de sus lechos sedientos denuncia con un grito silente la destrucción de ríos y arroyos, la agonía de nuestras fuentes de agua, como si de ellas no dependiera la vida, los recursos que posibilitan la sustentabilidad del desarrollo.

Con la desaparición de bosques de galería, de la vegetación ribereña que los protegía garantizando la estabilidad biológica, sus caudales se agotan, acumulan sedimentos y los peces y otras especies acuáticas no pueden sobrevivir.

Los ríos mueren, sin una voluntad política que detenga la acelerada devastación, lejos aún de convertirse la protección de sus cuencas en una prioridad nacional, en una actividad de cardinal relevancia como la política y la economía.

Se extinguen. No obstante, sigue llegando gente a sus orillas, en las que en vez de árboles crecen barriadas, degradantes asentamientos que convierten sus márgenes en semilleros de caseríos con muy alta densidad poblacional.

La invasión no cesa hacia el Gran Santo Domingo y el Cibao, a las riberas del Yaque del Norte, del Ámina, Camú y otros, inclusive el Inoa, río que renovó esperanzas al entrar en un proceso de recuperación.

Todas las fuentes de agua del Norte, responsables de la irrigación de las pródigas tierras cibaeñas, cayeron en un estado crítico, mientras siguen latentes, con tendencia a ampliar su incidencia, las causas que lo impulsan: deforestación, erosión, sedimentación, contaminación y urbanización de sus márgenes.

La condición del Yaque del Norte, aorta del sistema hídrico nacional, se ha vuelto deplorable. No menos dramática es la del Yuna, que baña la otra parte del valle del Cibao, irrigando ambos la llanura agrícola más importante del país, el Cibao Occidental y el valle del Yuna, de la La Vega Real o Cibao Oriental.

A pesar de la incesante pérdida de caudales, esos y otros ríos son degradados sin respetar siquiera sus nacientes, los escasos remanentes del bosque en parques nacionales, en áreas de reserva de gran trascendencia. Su función es vital, como los bosques nublados que entremezclan la vegetación con las nubes, única garantía de los hilos de agua que corren por los ríos.

Extracción. La destrucción de sus lechos no cesa, burla las prohibiciones. Aunque sin la voracidad de antes, extraen grava y arena en los cauces y riberas de ríos por largos años sometidos a una intensa y desordenada explotación que desprendió la capa permeabilizante que tapiza su lecho y devastó las terrazas aluvionales.

Desmesura patente en el Nizao, Nigua, Yubaso, Haina y Ocoa, en la mayoría de 136 afluentes intervenidos.

Mermando el potencial de la región hidrográfica Ozama-Nizao, el otrora indómito río Nizao languidece, su lecho pedregoso muestra los estragos de la excavación.

En un golpe mortal al equilibrio ecológico, destruyeron su cauce. Picos, palas, tractores y excavadoras removieron los suelos areniscos.

La irracional extracción, junto a la eliminación de la cobertura forestal de su cabecera, tuvo un impacto mortal. Secarle la naciente a un río -explican expertos- es condenarlo a muerte.

Sus tributarios no podrán suplir el déficit producido en la parte más alta de su cuenca, donde actúa el flujo hipodérmico que sostiene la biodiversidad y el efecto esponja del bosque en su cabecera, la más vulnerable.

De este modo se ha ido perdiendo la riqueza hídrica de República Dominicana, uno de los países del Caribe con mayores masas interiores de agua dulce.

Vulnerabilidad. El potencial hidrológico nacional sufrió una sensible merma en los últimos decenios. Sin embargo, en su estado natural o cruda el per cápita anual de agua dulce, de unos 2,200 metros cúbicos (m3), supera la media internacional.

Con esa oferta, el país sobrepasa el índice de tensión hídrica, de 1,670 m3 anuales por habitante (m3/hab/año). Pero en tiempos de sequía se evidencia la vulnerabilidad, el per cápita desciende por debajo de esos niveles, a unos 1,300 o 1,400 m3/hab/año.

La oferta nominal duplica el índice de déficit crónico, establecido en 1,000 m3/hab/año. Pero el creciente consumo doméstico, agropecuario, industrial y turístico eleva el desequilibrio con relación a la demanda.

Consecuentemente, las instituciones responsables de suplir agua potable apelan al racionamiento, como ocurre con volúmenes destinados a riego.

Un problema recurrente, que en años de intensa sequía obligó a reprogramar siembras por el dramático descenso en las reservas de embalses.

Yaque del Norte. Se prevé que desde 2020 el estrés hídrico se sentirá en esta región hidrográfica, en situación de emergencia por la contaminación y pronunciado descenso del caudal del río Yaque del Norte.

Su aporte anual, sobre los 3,000 millones de m3, sería ese año inferior en 105% a la demanda en riego. Varios cursos de agua lo alimentan: Jimenoa, Bao, Mao, Ámina, Guayubín, Maguaca, Caña, Inoa, Dajao, Manatí, Capotillo, Macaboncito, Cazuela, Gurabo, Las Palmas y otros tributarios, casi todos degradados.

Si la cuenca del Yaque del Norte no se rehabilita peligrarán el complejo Tavera-Bao- López Angostura, el Proyecto de Riego del Yaque Norte, el Acueducto del Cibao Central y decenas de poblados que dependen de sus aguas: Jarabacoa, San José de las Matas, Villa González y Jánico, entre otros.

Río Yuna. Segunda reserva fluvial, igualmente depredada, en cuya cuenca se forman más de veinte ríos que lo nutren.

Deforestada su cabecera desde Los Novillos, Loma Colorada y la zona de Blanco, el Yuna se volvió intermitente. Sus crecidas arrastran sedimentos que nivelaron su cauce con Bonao, amenazándolo.

El río Maimón y sus afluentes casi se secan en temporada de sequía, como sucede al Yuboa, Sonador, Juma, Masipedro, La Jina, La Piedra, Pontón, Yamí y Verde, Jatubey, Jayaco, Burende y Los Pinos.

Ozama. El alto déficit en la región hidrográfica Ozama-Nizao, que incluye el Gran Santo Domingo, se acentúa al crecer la demanda con la sobrepoblación y el superconsumo, las pérdidas por fugas en las redes y el derroche de usuarios.

Estudios advierten sobre un posible incremento en el desequilibrio entre oferta y demanda desde 2025, cuando esta zona podría pasar del déficit hídrico (1,670 m3/hab/año) al déficit crónico (1,000 m3(hab/año).

En la vecindad, mueren las putrefactas aguas del arrabalizado río Ozama, de gran relevancia turística. Como el Isabela, se convirtió en cloaca, receptor de inmundicias y chatarras de barcos hundidos.

Su contaminación es dramática, demasiado evidente, aunque por la pasividad parezca inadvertida para autoridades y ciudadanos, no a entidades privadas que con el proyecto Fondo de Agua para Santo Domingo se proponen rehabilitar su cuenca.

Valor ecológico. En el remanso del Ozama se forman inmensos humedales, uno de los más grandes del país. Por las inmediaciones de La Victoria y aguas arriba existen numerosas lagunas, manantiales, manglares y amplias praderas de vegetación palustre.

A 17 kilómetros de la costa hay un manglar donde no penetra la cuña salina, un fenómeno novedoso para la investigación científica, ya que en zonas tropicales los manglares se desarrollan en ambientes salobres. Como el resto de la vegetación y las fuentes de agua, su sobrevivencia peligra.

Expertos sostienen que de no cesar las tendencias actuales, los recursos hídricos podrían verse severamente restringidos y derivar en factor limitante del desarrollo nacional.

Al no detenerse el deterioro progresivo de riberas y cuencas de ríos y arroyos ni eliminar las fuentes contaminantes, el país se aboca a una aguda crisis de agua potable por la conjunción de factores degradantes frente a una demanda en expansión mientras decrece la oferta.

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