Extraer los aguijones

Extraer los aguijones

Cuando era niño me encantada trepar en árboles frutales: mangos, cajuiles, caimitos, guanábanas, constituían tentaciones difíciles de resistir; a menudo durante estas faenas “colectoras” me picaban abejas en los brazos o en el cuello. Mi madre enseguida intervenía: “ven, para sacarte los aguijones con esta aguja; así se disolverá la ponzoña rápidamente”. La extracción de estos aguijones era una operación de cirugía menor, que resolvía los problemas del dolor y de la inflamación en las picaduras. La aguja se desinfectaba en agua hervida; en aquella época no había jeringuillas plásticas desechables, como ahora; las jeringuillas eran entonces de cristal y en cada casa las había, con sus correspondientes “agujas hipodérmicas”.

Las picaduras que nos dan los diplomáticos extranjeros merecen la intervención de “la aguja”, para facilitar las disolución de las ponzoñas. Nos han acusado de ser racistas, a pesar de ser la República Dominicana un país poblado principalmente por mulatos-mestizos. Se ha dicho que en la sangre de los dominicanos hay un 15% de “presencia indígena” taína. La “presencia” africana es visible en la piel, en el pelo ensortijado, de todos los dominicanos que circulan por las calles de nuestras ciudades. Lo que es peor, en cada familia dominicana podemos ver un “arco iris racial”. Tres hermanos, de padre y madre, pueden ser: uno blanco, otro mulato y el tercero “jabao”.

Es por eso que el norteamericano Arthur J. Burks, quien estuvo en Santo Domingo durante la intervención militar norteamericana de 1916-1924, escribió un libro titulado “El país de las familias multicolores”. Este oficial de la marina norteamericana publicó su libro en 1932: “Land of checkerboard families”, traducido al español en 1990 por la Sociedad Dominicana de Bibliófilos. Nadie pelea con su propia familia, con la cual ha convivido desde el nacimiento.

Las causas de la tolerancia racial que existe en Santo Domingo son dos: la primera es que, desde el siglo XVII, la población dominicana es mulata. La corona española se vio obligada a permitir que los mulatos tuviesen cargos públicos, pues no había blancos suficientes. La segunda es que nuestras experiencias escolares infantiles nos colocan frente a las “familias multicolores”: las de los vecinos, las de próceres y maestros y, finalmente, las nuestras.

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