JACQUELINE MALAGÓN
Entre las plumas prestigiosas de mi país que más respeto y admiro, se encuentra la de mi amigo Fabio Herrera Miniño. Su visión de los males que aquejan a la sociedad dominicana y los planteamientos que formula a diario fruto de su rica experiencia y su gran sabiduría, le han ganado ese respeto y admiración, además del afecto que nuestra amistad le confiere. He leído con gran interés, una y otra vez, su artículo del pasado 8 de febrero, 2007, en la página editorial del prestigioso matutino Hoy, con el título “El Magisterio, retranca al desarrollo”.
Me han movido a gran preocupación, el título del artículo y parte de su contenido. Entiendo que si bien es cierto que hay condiciones en la educación nacional que son indefendibles, no es menos cierto que en los últimos dieciséis años y como consecuencia principalmente de los inicios y resultados del Plan Decenal de Educación, no todo es negro en la educación pública y privada dominicana en la que encontramos indicadores que señalan algunos avances que deben ser reconocidos.
Fabio: Dices que “Las generaciones dominicanas, que no tuvieron la suerte de poder recibir una educación privada, veían como ésta se extendía por todo el país ante la demanda de millares de padres que no querían ver a sus hijos perdiendo el tiempo en escuelas cerradas por las acciones políticas e irresponsables de los maestros. Estos cumplían con la meta de cretinizar a las generaciones de adolescentes pobres, que sus padres no podían costearle la educación en un colegio, que tampoco muchos eran la gran cosa, pero al menos recibían clase el año entero y podían promoverse a los cursos superiores y estar en condiciones de ingresar en las universidades e institutos técnicos avanzados”.
Como maestra he dedicado más de 48 años de mi vida incansable e ininterrumpidamente a favor del avance de la educación dominicana con un historial de servicio que la sociedad conoce en toda su extensión. He participado en la creación, fundación, promoción y dirección de instituciones educativas privadas de prestigio nacional y dirigiendo el propio sistema educativo dominicano cuando me tocó el honroso deber de ocupar como titular la Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos, no como política (ya que nunca he pertenecido a un partido ni he tenido militancia en uno). Desempeñé esta función como técnica y gerente-administradora de la educación, a solicitud de algunos representantes de la Iglesia Católica y de los empresarios, al entonces Presidente Balaguer.
Desde esa posición conocí la escuela pública, los funcionarios, su cuerpo administrativo, los padres, los alumnos y sobre todo, a los maestros. Conocí el drama de sus vidas, sus precariedades, sus limitaciones, sus necesidades, aquello que no hacía posible el ejercicio pleno de su trabajo en las mejores condiciones y en los deseados niveles de calidad… y compartí con ellos sus sueños…viajando por todo el país. Y la realidad que vi no fue ni es que los maestros “…cumplen con la meta de cretinizar a las generaciones de adolescentes pobres…” Esta expresión hiere en lo más profundo la propia condición del maestro, y no creo que haya sido esa tu intención pues conozco la nobleza de tus sentimientos.
Comparto la crítica expresada por nuestro laureado intelectual doctor Diógenes Céspedes, al recibir el Premio Nacional de Literatura recientemente, sobre el estado de la situación de la educación dominicana que muchos podemos compartir, sobre todo en lo que respecta a la insufiente inversión del gasto público que el país pide a gritos sea corregida cumpliendo con lo que manda la Ley. Es cierto que no podemos pedir más y mejor educación si no invertimos los recursos que hagan posible este logro.
Pero en la escuela, donde se fragua la Patria, donde se forma el niño y la niña que se convierten en el hombre y la mujer del mañana, que hacen posible el desarrollo nacional, a través del logro de su propio bienestar, encontramos situaciones que no se miden en pesos y centavos y que son productos de la vocación de miles y miles de maestros que en las lomas, en los valles, en las orillas de los ríos, en los barrios, en los pueblos y en nuestras ciudades, en humildes escuelitas, vencen las limitaciones, los obstáculos del día a día, y se entregan a la noble tarea de enseñar siguiendo el ejemplo de una Salomé Ureña de Henríquez e inspirados en los valores inscritos con letras de sangre en el escudo de nuestra bandera de: “Dios, Patria y Libertad”.
No solo se aprende en palacios escolares aunque éstos ofrezcan mayor confort, se aprende en el ambiente donde el maestro enseñe y el alumno esté en aptitud de aprender. Se aprende mejor cuando el maestro tenga sus necesidades cubiertas (viviendas, seguros médicos, incentivos salariales de diferentes orígenes y reconocimientos). Pero lo que verdaderamente impera, lo que es determinante en la acción educativa de parte de sus principales actores es la VOCACIÓN DEL MAESTRO y eso ni se compra ni se vende ya que es un intangible. Es inherente a la persona que la siente y que nace con ella.
Si bien es cierto que el sindicato de maestros, la ADP, ha esgrimido armas de lucha que no se compadecen con los deberes y funciones del maestro hacia la sociedad, no es menos cierto que, reprobando yo tales métodos y conducta grupal, reconozco que haciendo presa de ellos la desesperación de su condición económica se han visto, por un lado agitados por las fuerzas políticas representadas en el gremio, lo que es lamentable y reprochable, además de inadmisible, y por el otro, por las propias condiciones de vida que caracterizan de manera injusta al maestro. En la gran mayoría de los países civilizados, a los maestros no solo se les remunera adecuadamente, sino que se les protege y se les respeta en su condición de formadores de las nuevas generaciones y agentes de cambio de la sociedad.
Nuestra conducta como sociedad a partir de la conclusión del Congreso Nacional del Foro Presidencial por la Excelencia de la Educación Dominicana, que con todo éxito se celebró en enero pasado con la participación de todos los sectores de la vida nacional, representados por más de 800 delegados, debe unirnos en un nuevo esfuerzo para construir el Plan Decenal de la Educación Dominicana, una de sus principales conclusiones expresadas en la Declaración General del Congreso, que articulará todo el sistema educativo dominicano y en el que se deben dar cita de nuevo todos los sectores de la vida nacional y representados en la llamada Sociedad Civil.
En la medida en que el país haga suyo este nuevo Plan Decenal, lo construya, lo defienda, lo ejecutemos entre todos y motivemos al maestro, al profesor, a los educadores, a las autoridades y a todos los que hacen posible la acción educativa interviniendo en sus procesos, estaremos marchando en la dirección correcta hacia la construcción de una mejor nación. Que Dios nos bendiga e ilumine este nuevo camino!!!