POR EDGAR REYES TEJEDA
El águila Poderosa
ha sido cruelmente herida
por la agresión homicida
de una cacería alevosa;
ahora su silueta airosa
no podrá elevar el vuelo
a la inmensidad del cielo
donde el mundo puede ver,
y habrá de permanecer
atada al terrestre suelo.

En principio triste gime
su terrible desventura,
y entre llantos y amarguras
le pregunta al cielo, «dime
¿por qué la suerte hoy oprime
mis ímpetus imperiales,
porqué leyes terrenales
que fácilmente vencía
hoy me amarran con porfía
como cadenas letales»?

En efecto, ya sus alas,
antes fuertes y flexibles,
se le han tornado inservibles
por las heridas de balas;
torrencial llanto resbala
por su pico y su plumaje,
y la abandona el coraje
para continuar la vida
y siente su alma perdida
en inhóspitos parajes.

Cierto día sin embargo
pese a su gran depresión,
una sencilla canción
la saca de su letargo;
era un canto dulce y largo,
una preciosa balada
con que un pica flor cantaba
su amor a la primavera,
diciéndole que ella era
su estación mas perfumada.

La gran águila imperial,
en medio de su desgracia
se conmovió con la gracia
de aquel canto angelical;
«aunque no pueda volar»
-pensó llena de ternura-
«a las gloriosas alturas
de mi amado firmamento,
mi corazón ahora siento
flotar en suave hermosura.»

Disfrutando la belleza
de estos cantos terrenales,
emociones celestiales
hacen volar su cabeza;
a madre naturaleza,
el águila desdichada
le agradeció la tonada
de ese débil pajarillo,
qué llenó de luz y brillo
su existencia atribulada.

Desde aquel mágico día
el águila halló su gloria,
reviviendo en la memoria
su lucha y su valentía;
escribió épica poesía
de aventuras en el cielo
y su pericia en el vuelo,
con lírica inspiración
poetizó con emoción
su dura estancia en el suelo.

Y así el ave poderosa
encontró a través del arte
las vías para liberarse
de su desgracia penosa;
hoy que sus alas airosas
carecen de animación,
su intelecto y corazón
a otras regiones se lanzan,
y surcan con esperanza
la celeste inspiración.