¡FACTICIDAD Y POSIBILIDAD DEL ARTE DOMINICANO CONTEMPORÁNEO!

¡FACTICIDAD Y POSIBILIDAD DEL ARTE DOMINICANO CONTEMPORÁNEO!

Cuando en ciertos círculos políticos, financieros, académicos e institucionales del exterior surge esta excitante cuestión: ¿Cómo observan o perciben los nuevos líderes, diseñadores, consultores, “coaches” y pensadores del mundo globalizado y aterrorizado a la República Dominicana de estos umbrales del siglo XXI?
Las respuestas se repiten, pero jamás se apartan de la data petrificada en “la imagen del brochoure”: Un país caribeño de sostenido crecimiento económico, expansiva infraestructura hotelera, próspera industria turística, espectacular desarrollo de las telecomunicaciones, corrupción e inseguridad sistemáticas y un liderazgo político rabiosamente anquilosado.
Esta imagen infeliz es resultado de una visión terriblemente desfigurada, frívola y desconocedora de un hecho incontrastable: la sociedad dominicana contemporánea transita un proceso políticosocial sumamente complejo, vital e inevitable hacia la Utopía de la verdadera democracia. Este proceso demanda la profundización del espacio democrático dominicano. Espacio de nuevos valores y paradigmas políticos, éticos, religiosos, morales, jurídicos y humanísticos. Un espacio propiciador del desarrollo integral de todos los sectores de la nación. Espacio inminente, necesario y resignificador de la dignidad de las instancias políticas y sociales fundamentales del Estado.
Entonces, ¿qué experiencias, lecciones y/o evidencias de ayer y hoy necesitaríamos resignificar para desmitificar la puteada imagen de la República Dominicana como el último Paraíso del Caribe “all inclusive” y su afrodisiaco tesoro de playas doradas, aires purificadores y voluptuosos cuerpos de la pasión; con sus azules aguas cristalinas y sus excitantes prodigios de linaje antropógeno; con su “tabaco y ron” y su mar de placeres mercadeados hasta el exceso desde “adentro” y asimismo consumados desde “afuera” por las miríadas insaciables de la “inversión”, el hedonismo y el deseo?
Desde mi particular punto de vista, la intensidad de la memoria histórica y espiritual; las riquezas culturales patrimoniales; la vitalidad de las industrias culturales y los niveles de transcendencia que adquieren las más depuradas manifestaciones plásticas y visuales dominicanas de la actualidad, reclaman y soportan su preciso reconocimiento como signos y dimensiones incontrastables de la diversidad y la vastedad de nuestro acervo cultural identitario.
Incluso, una mirada rasante a las escisiones psicohistóricas de la dominicanidad, es decir, al mixtificado y polisintetizante cifrario espectrológico que opera en el desequilibrio de la consciencia dominicana contemporánea, también nos permitiría contrastar los efectos sombríos y luminosos de una traumática relación entre cultura, sociedad, creación y poder político en el Santo Domingo de las últimas cinco décadas. Mas, este no es el objeto específico de esta breve nota.
Por ahora, lo que se debe apuntar es que para la articulación de políticas, estrategias y acciones que asuman de manera efectiva la proyección de las manifestaciones artísticas y culturales como dimensión totalizante, definitoria y esencial de lo dominicano, necesariamente, habría que proceder de inmediato a la transformación de los espacios discursivos de la desilusión, la facticidad y la imposibilidad.
Los espacios de facticidad son aquellos hechos, circunstancias y experiencias de nuestra vida en los que ya no existe la más mínima posibilidad de cambio. Espacios donde ya nada se puede hacer para su reversión. Por ejemplo: el paso del tiempo es un espacio irreversible. El no tener poder de intervenir en ese espacio, constituye para los seres humanos una facticidad.
Sin embargo, la facticidad histórica es sencillamente un juicio. De ahí que la facticidad o “lo que no puede ser cambiado” se confunde muchas veces con la ausencia de visión, la desidia, la omisión y la inacción. Entonces, desde una noción vitalmente creadora y desde una actitud crítica proactiva, podemos llegar a percibir y experimentar los espacios de facticidad de manera distinta y desprejuiciada.
Es cierto que siempre resulta fácil ser lastimero y alarmista. No hace falta “training” ni vocación: sale solo. Pero, ser crítico no es tan fácil. Y para advertir el lado edificador de cada cosa, instancia, acontecimiento o situación, es necesario profundizar sobre uno mismo y tener muchas ganas de lograr que la experiencia y la realidad merezcan percibirse y confrontarse desde formas, perspectivas y dominios distintos cada día. Precisamente, el dominio crítico que se opone radicalmente a la facticidad no es otro que el de la posibilidad, la factibilidad y las decisiones.
Así, la decisión de reconocer, hacer valer y proyectar nuestras expresiones culturales esenciales y nuestras manifestaciones artísticas contemporáneas como marca país, como auténtica visión del presente y el devenir de la República Dominicana, no solo significaría una apuesta trascendental hacia los fértiles y edificantes espacios de la posibilidad, sino también el inicio de un proceso renovador que habrá de resultar en la definitiva transformación de la trivial, estúpida y maliciosa “imagen del brochoure” con que seguimos desfigurados, estigmatizados y “despreciados” desde el ámbito internacional.

No en vano las producciones de una serie de exponentes activos y paradigmáticos de nuestra contemporaneidad artística como Ada Balcácer (1930), Rosa Tavárez (1939), Antonio Guadalupe (1941), Elsa Núñez (1943), Freddy Javier (1946), Geo Ripley (1950), José García Cordero (1951), Alonso Cuevas (1953), Dionis Figueroa (1954), Johnny Bonnelly (1955), Tony Capellán (1955), Belkis Ramírez (1957), Jesús Desangles (1961), Aquiles Azar Billini (1965), Iris Pérez Romero (1967), Rosalba Hernández (1968), Marcia Guerrero (1968), Limber Vilorio (1970), Lucía Méndez Rivas (1973) y José Almonte (1969), constituyen mínimos extractos de una praxis de la imaginación en Santo Domingo cuya extraordinaria vitalidad, evidencia los efectos trascendentales del inefable proceso de asimilaciones y transmutaciones culturales que signa nuestra consciencia hipermimética con todas sus devastaciones, alucinaciones y certezas espirituales identitarias.

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