En la antigüedad hubo homosexualidad en Sodoma, Grecia y otros lugares; en formas tan diversas que van desde el servicio sexual pagado a formas sofisticadas de placer carnal. También como práctica común en lugares y circunstancias donde ha habido una proporción mucho mayor de hombres que de mujeres; como en los pueblos mineros, en las campañas militares prolongadas, y en puertos donde la migración internacional femenina se retardaba en acompañar a los varones; habiendo ciudades, como Buenos Aires, en donde más bien, la falta solía llevar a la idolatría de la madre, la pebeta del barrio, o la amante del burdel.
La homosexualidad moderna es más bien un producto de la revolución industrial, a las fuertes exigencias a la familia, obligándola a reducirse, sin la ayuda de la abuela y del vecindario para criar los hijos.
La mejoría del ingreso familiar per cápita trajo mayor libertad de compra, y el consumo ostentoso de vestidos y zapatos de catálogos de súper tiendas, que junto al cine norteamericano, inflaron el ego y el narcisismo, elevaron el ser y parecer, y forzaron la renuncia a los roles familiares tradicionales.
Aumentaron las exigencias y dificultades para elegir y mantener la relación de pareja.
Aumentaron los requerimientos amorosos, y se hizo cada vez más difícil obtener la pareja ideal o adecuada; y en ocasiones, se relajaron los criterios de elección de la pareja pre matrimonial; y más aún, a restarle seriedad al tema del apareamiento, haciéndolo más casual frívolo y permisivo.
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Pero a la hora de elegir esposo-esposa, ambos, varón y hembra, se tornaban más exigentes: porque la cosa era para toda la vida (o algo así).
El ego del macho, que había sido una fortaleza de las sociedades guerreras y cazadoras, estuvo generalmente ligado a la conquista de las mujeres más bellas o más admiradas.
El proceso psico-social de la conquista siempre tuvo riesgos importantes, y el ser despreciado o simplemente no aceptado (a) podía a menudo ser causa de agresividad, depresión y suicidio. (Lo cual actualmente puede explicar buena parte del alcoholismo común y los feminicidios).
La difusión del consumismo masivo, la proliferación de los medios electrónicos y las nuevas formas asociativas y de relaciones sustitutas ha deteriorado valores y normas conductuales tradiciones, y ha echado por tierra conductas que el machismo se había impuesto en las relaciones hombre-mujer. La progresiva conquista de derechos y libertades de las mujeres las han liberado del yugo social que las obligaba a depender de los hombres, a menudo inclinándolas al lesbianismo y, por ende, renunciar al matrimonio tradicional, y rechazar de plano a la condición de madre, esto es, a su condición natural reproductiva.
También la homosexualidad moderna es más bien un producto de la revolución industrial.
La carga emocional y social, por un lado, puede serles más ligera; pero las consecuencias del rechazo del modelo o plan natural, tiene costos que nuestras sociedades son totalmente incapaces de prever y de manejar adecuadamente.