Falacias sobre las mayorías congresionales

Falacias sobre las mayorías congresionales

ROSARIO ESPINAL
En varias ocasiones, el presidente Leonel Fernández ha utilizado el concepto “tiranía de la mayoría” para señalar que el Congreso tiene una desproporcionada representación de un solo partido que no conviene a la democracia dominicana.  Aboga por un Congreso más plural después de las elecciones del 16 de mayo.

El tema merece atención, especialmente, porque en el país se ha propagado la idea entre políticos y analistas de que las mayorías congresionales son dañinas.  No necesariamente es así.

La mayoría congresional de un partido o coalición no constituye en sí misma una tiranía de la mayoría, aunque existe la posibilidad de que una mayoría congresional ejerza un poder tiránico si legisla de manera arbitraria y excluyente.  Lo mismo ocurre con el Ejecutivo si gobierna de esa manera.

La formación de una mayoría congresional es producto de la acción soberana del electorado que elige los representantes parlamentarios.  Es un derecho que la ciudadanía ejerce de manera individual mediante el voto, y la sumatoria no está programada para producir un resultado determinado, aunque el sistema electoral existente tiene su impacto.

Cuando la mayoría congresional de un partido o coalición es la expresión del voto en elecciones transparentes y competitivas, esa mayoría tiene legitimidad democrática.  Su posible acción tiránica no emana de ser mayoría, sino de cómo ejerza el poder.

En una democracia, la mayoría parlamentaria es tiránica si violenta los derechos individuales, suprime los derechos de las minorías, o gobierna en contra de los intereses de la mayoría.

Pero si el poder se ejerce de manera responsable, en función de los mejores intereses de la colectividad, la mayoría congresional no es tiránica. La democracia es un sistema político paradójico.  Permite que el pueblo vote y elija a sus gobernantes de acuerdo a las preferencias mayoritarias, pero establece controles para que los representantes electos no abusen de los demás.

Conjugar libertad individual, derechos de minorías y ejercicio del poder en nombre de la mayoría ha sido un dilema en la teoría política.

En los siglos XVIII y XIX, se buscaba establecer un sistema político que tuviera legitimidad democrática mediante el voto mayoritario, pero que también permitiera a los gobernantes actuar con independencia de la mayoría para gobernar a favor de toda la población.

Actualmente, los problemas principales de las democracias no derivan tanto del riesgo de que una mayoría suprima los derechos individuales o de minorías, sino de la incapacidad de los gobiernos, con o sin mayoría congresional, para tomar decisiones que favorezcan a la ciudadanía, incluida la mayoría que los eligió.

El grave problema de las democracias contemporáneas no es la tiranía de la mayoría que preocupó a algunos clásicos de la práctica y la teoría política como Thomas Jefferson, Alexis de Tocqueville y John Stuart Mill, sino la  tiranía de la mediocridad y el abuso que muchos gobiernos ejercen con o sin mayorías congresionales.

El asunto que más preocupa hoy en día a los teóricos de la democracia y a la ciudadanía en general es la tiranía de élites políticas ancladas en partidos e instituciones del Estado, que gobiernan fundamentalmente para su propio beneficio y el de un grupo minoritario con poder económico, al margen de las necesidades y derechos de la mayoría.

El argumento de que un gobierno sin mayoría congresional garantiza un mejor funcionamiento de la democracia carece de sustentación histórica.

El parlamentarismo, primer sistema de gobierno conocido en la democracia moderna y dominante en Europa, descansa en la existencia de una mayoría parlamentaria para el funcionamiento del sistema político.

Cuando el primer ministro carece de mayoría parlamentaria, propia o pactada, la estabilidad del gobierno es precaria y su horizonte de vida limitado. Casi seguro el primer ministro será sometido a un voto de censura por el parlamento, o el primer ministro buscará un voto de confianza en la población para afirmar su legitimidad.

En el sistema presidencial, ideado en Estados Unidos a fines del siglo XVIII porque no había monarquía, se estableció la figura del Presidente con muchos poderes.  El Congreso, la Justicia y los gobiernos estatales se concibieron como contrapeso al Poder Ejecutivo.  Sin embargo, ese sistema de ¿chequeos y balances? del gobierno no asumió qué partidos diferentes debían controlar los distintos poderes del Estado para asegurar su independencia y buen funcionamiento.

El 16 de mayo, el electorado dominicano tiene el legítimo derecho de otorgarle una mayoría congresional, amplia o reducida, a la fuerza política que prefiera.  Puede renovársela al PRD-PRSC, que la ha tenido amplia en los últimos ocho años, o puede otorgársela por primera vez al PLD.  En la campaña electoral, sin embargo, cada grupo político debería explicar bien porqué merece esa mayoría.

Cualquiera sea el resultado electoral, hay que tener presente que las mayorías congresionales no aseguran un buen o mal gobierno, ni son tampoco en sí mismas tiránicas.

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