Faldas, pantalones, tripas y honor

Faldas, pantalones, tripas y honor

Hay historias de la vida real que superan cualquier ficción literaria. La prensa trae cada día muestras de ésto. Pero ha sido al estar re-leyendo “Memorias de un Cortesano de la Era de Trujillo”, por Joaquín Balaguer, que me ha sacudido hasta el tuétano su relato de cómo la profesora Ercilia Pepín fue de las primeras personas en desafiar la incipiente tiranía en 1932.

Cuenta Balaguer que el culto a la personalidad fue de los rasgos indicadores de qué clase de gobernante se habían dado los dominicanos con el ascenso de Trujillo al poder. Este lisio de Trujillo se fue acentuando tanto que muchos precavidos o pusilánimes ni siquiera de atrevían a ensalzar mucho al propio Juan Pablo Duarte para no provocar los celos del nuevo jefe del destino nacional.

Pero en Santiago, un maestro de la Escuela Normal que durante varios años había dado clases de instrucción moral y cívica y de historia de la filosofía, continuaba resaltando en sus lecciones la importancia del padre de la patria. Era el profesor Andrés Perozo, quien junto con sus hermanos César y Faustino fue abatido a tiros en la sierra de San José de Las Matas. Su asesinato atribuido al gobierno propició un movimiento espontáneo de protestas silenciosas en todo el país, según Balaguer.

La profesora Ercilia Pepín, que había alcanzado fama por armar manifestaciones muy concurridas contra la ocupación de los Marines entre 1916 y 1924, era al momento del crimen contra los hermanos Perozo la directora de la Escuela México. En solidaridad con el maestro asesinado hizo bajar la bandera a media asta.

Pero en la Normal su director no se atrevió a unirse a esa silente protesta. Ercilia Pepín entonces envió a su colega miedoso su falda en una bandeja, con una nota que decía: “Envíeme a cambio sus pantalones”.

Avergonzado, el director de la Normal se retiró y padeció una crisis neurótica, según Balaguer. Poco después, “ante la expectación de sus numerosos discípulos y de toda la población de Santiago, se abrió el vientre con una navajita ‘Gillette’. Se seccionó los intestinos y fue colocando los pedazos, hasta desfallecer exhausto, en la misma bandeja en que recibió la prenda de vestir con que se pretendió ridiculizar su masculinidad como profesor y como ciudadano”.

¡Qué difícil y raro es encontrar hoy gente que tome tan en serio las ofensas a su honor!

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