Falla  consenso  de  países en desarrollo para elegir jefe FMI

Falla  consenso  de  países en desarrollo para elegir jefe FMI

Alan Beattie
Washington

Señor, permite que el director del FMI no sea europeo, pero por favor, todavía no. Esa conclusión agustiniana parece ser la lección general que surge de la batalla sobre la  sucesión de Dominique Strauss-Kahn desde la espectacular salida del francés del FMI hace dos semanas atrás.

El mercado emergente mundial insiste en que quiere un proceso de selección abierto y basado en el mérito de los candidatos: los países del Bric, sus siglas principales, emitieron una severa declaración a ese efecto la semana pasada. Pero, si estos llegan sin embargo a respaldar un candidato, el enfoque de los países en desarrollo traiciona el sentido mismo de la división, pobre coordinación y sospecha mutua que ha impedido el progreso en otras áreas de la legislación.

El surgimiento de un estándar que sea creíble para un candidato del mercado emergente, que sea experimentado y capaz, como Agustín Carsten, el gobernador del Banco Central de México, ha dado lugar a que multitudes de los países en desarrollo se reúnan para la batalla. Mientras Brasil dice en público que quiere una competencia abierta basada en el mérito, algunos oficiales murmuran que el puesto probablemente será para Christine Lagarde, la ministra financiera francesa nombrada por Europa como su candidata.

Rusia, junto con otros estados ex soviéticos, ha optado por hacer un gesto de regionalismo antes que de solidaridad global, lanzando un quijotesco candidato rival en la persona de Gregori Marchenko, gobernador del Banco Central Kazakh.

Esto muestra no solamente que los mercados emergentes son menos experimentados en el arte de cooperación del FMI, un juego que Europa ha estado jugando desde 1946, sino que esas protestas de solidaridad de los países en desarrollo enmascaran las grandes rivalidades y divisiones. Esta y otras áreas de legislación global, tales como el comercio y el cambio climático, muestran que es engañosa la idea misma de un bloque de mercado emergente.

El apoyo indiferente de Brasil para Carstens no es sorpresivo. Por mucho tiempo ha habido una batalla en Latinoamérica para el rol de “corredor de influencia regional”, y los países como Brasil frecuentemente son sospechosos de la proximidad política, económica y geográfica de México hacia Estados Unidos.

China y la India son rivales asiáticos estratégicos con armas nucleares. Sería altamente asombroso que Beijing apoyara fuertemente a un hindú para el puesto de director.

La legislación sobre cambio climático y comercio indica que una adhesión servil a la solidaridad del mercado emergente es posible que se aplace, antes que avance hacia el progreso. Las posiciones acordadas frecuentemente han caído hasta un común denominador más bajo. Poderosos países individuales del mercado emergente han mostrado que ellos pueden explotar la solidaridad para avanzar los intereses seccionales.

China, por ejemplo, logró conseguir que el mundo en desarrollo se alineara detrás de su compromiso de no negociar su postura respecto a las emisiones de carbón en las conversaciones sobre el clima del 2009 en Copenhague, amortiguando la oposición de los Estados insulares vulnerables a los crecientes niveles del mar.

En la Organización Mundial de Comercio (OMC), el sistema de consenso de un voto por país ha dado a los mercados emergentes más habilidad para ejercer una considerable influencia. De vuelta al 2003, los países en desarrollo formaron el grupo G20, distinto al G20 global, para avanzar sus intereses en la parte agrícola de la llamada Ronda Doha de conversaciones comerciales. El grupo mostró que estaba preparado para rechazar las desagradables propuestas torpedeando la reunión ministerial de la OMC del 2003, celebrada en Cancún, México.

Pero este grupo está formado por países con intereses en conflicto. Los agricultores de soya de baja escala de la India, por ejemplo, son amenazados por la competencia de bajo costo de la hipereficiente agroindustria de Brasil, así como por el subsidio de las exportaciones de Estados Unidos de las que Nueva Delhi se queja. La posición de negociación del G20 en la Ronda Doha ha luchado por elevarse por encima de un común denominador más bajo, demandando que los países ricos redujeran las tarifas y subsidios del sector agrícola sin ofrecer las concesiones necesarias para lograr un acuerdo. Kamal Nath, ex ministro comercial, alineó los países en desarrollo detrás de las posiciones contrarias a sus intereses.

El patrón de solidaridad retórica que enmascara las divisiones fundamentales está siendo replicado en el FMI. Como resultado, Europa se está quedando con la competencia. Si el mundo emergente es serio en relación a interrumpir el monopolio europeo, necesita ir más allá de hacer un argumento sobre los nombramientos basados en el mérito en abstracto y unirse detrás de un candidato creíble. Hay pocas señales de que esté preparado para hacer eso.

Las claves

1.  Proceso abierto

El mercado emergente mundial insiste en que quiere un proceso de selección abierto y basado en el mérito de los candidatos para el nuevo director del FMI

2.  Christine Lagarde

 Christine Lagarde, la ministra financiera francesa nombrada por Europa como su candidata, probablemente sea la nueva directora del FMI, mientras Brasil no apoya el candidato de México.

La estabilidad de países de  América Latina  puede perderse

Latinoamérica ha cambiado. O algo así, dicen ellos. Los optimistas apuntan hacia la nueva prosperidad de la región, y su clase media, sus arrogantes multinacionales y su rol como “motor de la economía mundial”. Los escépticos desvían la mirada.

El reciente acontecimiento de Latinoamérica es gracias a un agraciado auge en las materias primas, el cual pasará, como siempre lo hace. ¿Quién está en lo correcto?

Los titulares señalan a los pesimistas. Este sigue siendo un continente de derrochadores. A pesar de la bonanza en las materias primas, la mayoría de las grandes economías están sufriendo un sobrecalentamiento de los déficits y riesgos. La estabilidad puede todavía escurrirse. Las afirmaciones que Latinoamérica ha hecho son también una afrenta.

La región más desigual del mundo adolece de notable corrupción, creciente crimen y floreciente comercio ilegal de drogas. Mientras tanto, las elecciones presidenciales de Perú indican que las políticas se están volviendo a escribir. La votación del 5 de junio lanza a la hija de un ex presidente condenado por violación de los derechos humanos en contra de un ex líder de golpe de Estado. Para los ojos ictéricos esto, una vez más, es una política muy parecida a una “ópera bufa”.

Adopte una perspectiva más amplia, y el cuadro será más prometedor. Latinoamérica, una vez sinónimo de moroso, es un acreedor global. En 20 años, la pobreza ha bajado desde la mitad de la población a tan solo un tercio.

Los mercados locales se están expandiendo y cada día están más integrados a través del continente; su dinamismo es independiente del auge de las materias primas inspirado en Asia. La región también goza de un viento demográfico a favor ya que posee una población trabajadora joven, mucho más que las economías del tigre del sudeste de Asia cuando ellas saltaron a la fama. Latinoamérica enfrenta una oportunidad histórica.

La elección de Perú es una advertencia de que todavía esta oportunidad puede perderse. El país ha sido una de las regiones de mayor crecimiento, en términos del dólar, triplicado en 10 años. No obstante, una minoría considerable no ha compartido ese boom, generando así legítimo resentimiento. La lección de Perú es que mientras las empresas necesitan un marco estable para crecer, las necesidades sociales deben también ser satisfechas para que la estabilidad política pueda ser garantizada.

Varios gobiernos a lo largo de la región, ninguno de ellos de la “izquierda” tradicional, ya hacen esto. Su pragmatismo refleja un profundo cambio cultural. Solía ser que la estabilidad económica era el objetivo de sólo unos pocos tecnócratas económicos. Ahora puede ser un ganador de la votación popular también.

Al mismo tiempo, los enfoques revolucionarios más radicales han fracasado. Eso sólo indica que los recientes éxitos de Latinoamérica pueden durar.

Ser un optimista latinoamericano es siempre riesgoso, dada la historia de altibajos del continente, pero esos riesgos han estado estrechándose rápidamente.

VERSIÓN AL ESPAÑOL DE ROSANNA CAPELLA

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