Falla en el reclutamiento

<p>Falla en el reclutamiento</p>

PEDRO GIL ITURBIDES
De cinco asaltantes a un salón de belleza en un sector de clase media alta al oeste de la capital, dos eran policías. Uno de éstos resultó muerto en el enfrentamiento que tuvo el grupo con una patrulla policial.

Del grupo que asaltó un camión de una empresa de valores, uno era integrante de la compañía a cargo de la seguridad. Si fueren los únicos casos en que un lobo queda a cargo de las ovejas, sería innecesario aludir a estas aberraciones.

La afección, empero, parece estar descomponiendo al cuerpo social.

¿Qué está ocurriendo? Como país salimos en busca de la

cima. Cegados por el boato, el ansia desmedida de

riquezas, y la consecución de éstas sin sacrificios, llegamos a la sima. Sin duda llegó la hora de recapacitar, no tanto por estos dos sucesos a los que nos referimos, sino por todo cuanto ello encierra en desmedro del mañana. Porque estamos formando una Nación de infortunios, extrema pobreza moral y desventuras.

Parte del problema consiste en la impunidad que se disfruta desde que se llega a una relevante posición pública. Lograda la función se obtiene patente de corso para medrar en el tesoro público, sin temor a castigo. El ejemplo que ofrecemos quienes asumimos responsabilidades de valer social mueve a la emulación. Y ello explica estas malévolas conductas observadas en agentes del orden o integrantes de servicios privados de seguridad.

Por supuesto, el sistema de reclutamiento puede frenar la infición a que someten quienes se han apartado de las conductas éticas, a los cuerpos en los que se desempeñan. A raíz de que un guardia privado de seguridad asesinase un colega que cuidaba una joyería del sector Los Prados de Santo Domingo, y robara en la tienda, se revisaron licencias de operación de esas empresas.

El cuerpo militar a cargo de la supervisión de las empresas de guardianes cerró dos de ellas, incluida aquella de la que formaba parte el asesino.

La fiebre, empero, no está en la sábana. Es indispensable establecer procesos de selección que ahonden en la vida personal y familiar de los aspirantes a integrarse a cuerpos de seguridad, públicos o privados. Un círculo familiar en donde prevalezcan la integridad y pulcritud, al margen de la humildad de sus miembros, es prenda de honestidad en sus vástagos. Un círculo familiar en el cual se posterguen u olviden los principios preciados en la vida de comunidad, resulta en prole inclinada al desatino.

Por supuesto, se producen excepciones. Pero es lógico esperar un más sólido desempeño ético en quienes proceden de familias respetuosas de las normas sociales y morales, que no en los que se han criado de espaldas a esas normas.

Por ello debe echarse a un lado el enganche por necesidad, condescendencia y complacencia, o por cumplir obligaciones amistosas. En cambio debe abrirse paso al enrolamiento basado en el estudio de las condiciones, cualidades e historial de las personas.

No se pide nada del otro mundo. Tampoco se expone consideración que no tenga precedentes, aquí o en el exterior, o sea ajena a procedimientos valederos en la administración de personal. De hecho, importantes empresas privadas de la República recurren con mayor frecuencia por estos días, a los servicios de información crediticia antes de contratar personal permanente.

¿Por qué no asimilar una fórmula similar para ofrecer plaza a quienes serán depositarios de la seguridad ciudadana, o de resguardo de bienes y vidas, en el sector privado?

La tarea que se encarga a un guardián privado, o al agente policial, carece de la preeminencia social que le atribuíamos al cirujano. Mas no por ello cumple obra menos significativa, pues también en las manos de estos agentes ponemos vidas y bienes. En consecuencia, busquemos una fórmula que obstaculice a los truhanes prevalerse de uniformes, públicos o privados, para atentar contra vidas y bienes en la comunidad.

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