Falta voluntad

<p>Falta voluntad</p>

BONAPARTE GAUTREAUX PIÑEYRO
La fiesta decaía. Las bebidas se habían agotado. Don Francisco Lozano introdujo su mano derecha en el bolsillo del pantalón, sacó un billete de 20 pesos que, en la Barahona de la década de 1950, era dinero.

Colocó el dinero sobre la mesa y comentó:

-En el Cibao, en situaciones como éstas se hace esto.

Unos y otros sacaron las carteras y al final sobraron las bebidas. Siempre cito el gesto del padre de Panchito, Ana y Filla. Don Francisco Lozano predicaba con el ejemplo.

Juan Bosch, entonces Presidente de la República, reconvino a su chofer porque violó la doble raya amarilla pintada en la vía, en el malecón. El hecho se convirtió en noticia, fue publicado y mucha gente entendió el mensaje: hay que cumplir con la ley, sin que importe la jerarquía de la persona.

Durante la guerra de liberación de Estados Unidos un grupo de soldados intentaba realizar una tarea cuyos resultados eran infructuosos pese a los gritos, dichos, órdenes y, posiblemente, maldiciones, de un oficial.

Un jinete que venía por el camino se acercó al grupo, sin bulla, sin alharaca, el caballero empujó, ayudó, indicó y el grupo entendió y aceptó las sugerencias hasta que se pudo hacer el trabajo. Mientras, el oficial miraba y dejaba hacer.

El oficialillo, extrañado porque los soldados habían realizado la tarea sin un solo grito del caballero, escuchó cuando el señor le dijo:

-La próxima vez que necesite ayuda puede llamarme, soy George Washington, su general en jefe.  Una mañana no llegó la maestra de Gramática y teníamos un desorden mayúsculo en el aula. Las altas puertas de la edificación estaban partidas por la mitad, a la altura de unos 6 pies. No se veía la calle.

En medio del desorden una cabeza asoma por encima de la puerta-ventana y le pego un coscorrón. La persona insiste y otro coscorrón. Imagine 20 ó 25 muchachos celebrando la “hazaña”. De pronto se escucha una potente voz harto conocida: es el director.

Entró al aula, preguntó por la maestra y ordenó sentarse. Permanecí de pie y el señor Enrique Guilbe Mangual me ordenó sentarme. Le dije que yo era el culpable y respondió con una frase corta, sencilla pero aleccionadora:

-Es que yo no tenía que intentar asomarme por la ventana- e inició la clase.

Nadie está exento de cumplir con las reglas básicas de una sociedad. Me refiero a las reglas morales, a las establecidas por la educación, a las que la ley ordena, a las reglas de convivencia pacífica.

Hoy muy pocos respetamos o intentamos respetar las reglas.

En los distintos niveles de la sociedad hay un relajo de las buenas costumbres que incluye el irrespeto frecuente a la ley. Nos hemos convertido en una sociedad permisiva, donde los más osados hacen lo que les viene en ganas y los demás somos unos tontos.

Queremos que disminuya la criminalidad pero el ejemplo que ofrece la sociedad es de desorden, irrespeto, anarquía, corrupción, permisividad, complicidad.

Con credenciales como esas no vamos a llegar a buen puerto. No permitamos que naufrague el barco.

Todo indica que falta voluntad para hacer cumplir las leyes y ante el desorden…

Por lo menos, seamos capaces de organizar el tránsito y provocar que se cumplan las leyes y reglamentos que lo norman…para comenzar por algún lado.

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