Faltos de amor

Faltos de amor

Hace poco recibí la visita de una familia que tiene ya muchos años residiendo en Estados Unidos. Su estadía fue corta.

La crónica de su tiempo aquí fue la siguiente:

Primer día. En una de las avenidas nos tropezamos con un entaponamiento infernal.

Lejos de ser lo que comúnmente produce esta situación, se trató de cuatro individuos que atravesaron su vehículo a otro conductor y que le apuntaban con una pistola en la cabeza mientras los demás le golpeaban la cara inmisericordemente.

Despavoridos escapamos como pudimos del tumulto.

Segundo día. El primo compra a un canillita un diario. Se alarma ante los titulares que hablan del aumento del cólera, el abandono de los hospitales,  el asesinato  de un oficial de las Fuerzas Armadas, la muerte de dos ciudadanos en un “intercambio de disparos” con la Policía, entre otras cosas.

Tercer día. Al desplazarnos por la Avenida Jacobo Majluta tuve que hacer un giro rápido a la orilla.

Es que a través del retrovisor vi cómo avanzaba hacia nosotros un enorme camión cargado de combustible inflamable.

No bien habíamos terminado la conversación sobre la actitud desaprensiva del conductor, cuando a menos de medio kilómetro vimos cómo el enorme aparato se llevó de paro un vehículo, atestándolo en la orilla del pavimento contrario.

Un lado de la carrocería fue desprendido, lo que permitió ver los cuerpos inertes ya de una abuela, la nieta y su hija.

Cuarto día. Con maletas en manos, la familia apresuró su viaje de regreso a su hogar.

Siempre llama para pedirme que no coma nada en la calle, que no discuta con nadie, que maneje con precaución y que ore antes de salir.

“Es que no sé que pasa primo, pero veo que en esa tierra hace falta mucho amor”.  

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