Claudio Caamaño Grullón es sobreviviente de dos incursiones guerrilleras al país en los años más represivos de Joaquín Balaguer y el intrépido soldado que acompañó a su primo en arriesgados momentos de la guerra de 1965. Sufrió la dureza de la cárcel y ninguno de estos episodios temerarios, ni la prisión, debilitaron su espíritu vigoroso, hoy desfallecido por la tragedia pues, desde que su hijo Claudio Francisco fue asesinado, las lágrimas son incesantes en sus ojos, ha perdido once libras, el insomnio lo domina, la memoria a veces lo traiciona y por primera vez lo están medicando por hipertensión.
Fabiola Vélez Catrain, compañera de 40 años siempre tan firme como el esposo, está inconsolable y en ocasiones llega a la histeria al recordar el cuerpo de su vástago, pálido por la sangre perdida, tendido sin vida en una cama de hospital a la que le permitieron entrar porque gritaba desesperada: ¡Soy su madre!.
Tenía la boca abierta y yo lo besaba para darle aliento, para que reviviera, porque lo sentía tibio. ¡Nunca pensé que iba a perder un hijo, jamás!, exclama entre sollozos.
Hacen un esfuerzo para contener el llanto y conversar sobre este muchacho solidario, amoroso, tan apegado a la familia que iba a adquirir vivienda en Pizarrete para estar cerca de ellos. Era el asistente en los negocios del padre por quien sentía una admiración que contagiaba. No sabes a quién le diste la mano, No te imaginas a quién serviste de chofer comentaba a amigos que lo presentaba y a otro que encaminó al papá en su vehículo la tarde del infausto domingo.
Confiesan querer por igual a Claudio Antonio, Claudia María y Manfredo, sus otros hijos bautizados Claudio por doña Antonia Grullón, la madre del ex combatiente, pero éste no sólo necesitó cuidados especiales desde los tres meses de nacido porque un virus destruyó sus plaquetas sino porque las afecciones de la niñez en él se manifestaban con agresividad. Suspendió las celebraciones de sus cumpleaños en 2002, cuando falleció la abuela, y hacía unos días que se había internado a acompañar a su hermana de parto. La enfermera le entregó el niño, creyendo que era el papá de la criatura.
Después fue muy sano, el más alto, pesaba 212 libras, medía 6.1, era el que más se parecía a papá (César Augusto Caamaño) en el físico, los gestos, caminando, todo, se lo decían y se sentía muy contento, por eso le puso a su hijo César. Otros lo encontraban idéntico a Francis Caamaño y ahora más, que tenía calvicie prematura y ligero sobrepeso.
Sobresalía en natación y buceo, jugaba baloncesto, sóftbol y se destacó como pitcher en béisbol. Había estudiado en el Preescolar Los Frailes, colegios Las Margaritas y San Felipe Neri y administración de empresa en la Universidad O&M, que interrumpió. A la hora de su deceso cursaba relaciones internacionales en la Universidad del Caribe.
César Francisco, de 4 años, es su único hijo, procreado con Francesca Álvarez, de quien estaba separado. Por eso vivía en la acogedora casa de Carretón. Era el que siempre estaba con nosotros, mi ayudante, llevaba el cultivo de las guayabas de la finca de frutales, entre él y yo dirigíamos todo, me ayudaba con la maderera de Villa Altagracia. A veces salíamos de aquí a las cuatro y media de la madrugada, relata Claudio.
Los testimonios sobre el joven, nacido el 28 de septiembre de 1985, son interminables. Contaba dos años cuando se acostó junto al papá enyesado luego de una caída, y fue quien hizo que éste dejara de fumar, después de un infarto. Esto le está haciendo daño, aconsejaba. Y Claudio dejó el vicio hace 21 años.
Dormía junto a Antonio, secretario de Bienestar Estudiantil de la FED, cuando se presentaban crisis en la UASD, donde estudia Derecho. La hermandad con él, al que llevaba un año, era ejemplar. Le decía Manito, le pedía consejos para sus cultivos porque Antonio se graduó en agronomía y decía a su madre que debía cuidarlo porque va a llegar muy lejos, cuenta el hermano, que admiraba en él la capacidad de relacionar elementos para sacar conclusiones en política, deportes, economía, cualquier situación.
Ahora, cuando leo un titular de víctimas de violencia, feminicidio, delincuencia, soy más sensible a la realidad que está destruyendo una familia. Antes no era capaz de sentir lo grave de esos hechos. La tragedia, comenta, le ha hecho solidario con la maldición de existencia que está viviendo este pueblo.
Felizmente unidos por última vez. El 11 de marzo fue feliz para los Caamaño-Vélez. Almorzaron juntos y ayudaron al pequeño César con el atuendo de príncipe con que desfilaría montado sobre el manso caballo blanco que le obsequió el abuelo, y estuvieron unidos celebrando ese carnaval de Pizarrete.
Compartieron hasta las ocho o nueve de la noche cuando Francisco pidió 200 pesos prestados al papá para pasar un rato con una amiga. Le ofreció 500 y él bromeó que 200, porque no se los descontaría. Fue la última conversación entre ellos. El dinero quedó intacto en sus bolsillos quizá porque lo repentino de su caída impidió que pidiera la cuenta.
Fabiola lo llamó a las 11:15 para preguntarle cuando regresaría y él anunció que casi iba. Quince minutos después, a Francisco le sorprendió el tiro mortal, sentado junto a tres muchachas en el colmadón de su compadre Kelvin Martínez, en El Roblegal, cerca de Pizarrete.
Cada vez que me voy a acostar hablo con todos mis hijos, narra Fabiola, quien recibió horas después la llamada de un amigo de su hijo diciéndole: Póngame al viejo pero que no pudo hablar, fue otro amigo de Francisco quien luego llamó y le dijo a Claudio que su hijo estaba herido en la cabeza y era muy grave.
Según lo que han investigado, el asesino estaba ahí, con otra persona y un hermano que es sargento mayor de la Policía, refiere Claudio. Llegó al sitio, aunque supuestamente tenía impedimento de entrada, alguien que presuntamente había tenido problemas con el matador. Se movió rápido por donde estaba el hijo de Claudio, el sujeto tiró, el allegado se agachó, y cuando el tipo dispara, mata a mi hijo. La bala entró por un parietal y salió por el otro.
Lo llevaban hacia Baní pero dicen que en Paya dejó de respirar.
Han asistido a tres juicios que los han llenado de estupor por actuaciones vividas. Primero, narran, tropezaron con el impedimento que los testigos se niegan a deponer porque han sido amenazados por familiares del asesino, entre los que hay un hermano perteneciente a la Marina y otro que es teniente del Ejército. Les dicen los matatanes, manifiesta Claudio, porque según le han contado han quitado la vida a otras personas y quedado impunes.
Los Caamaño tienen tres abogados, que es lo máximo permitido, pero más de 50 se han puesto a su disposición. Les espanta haber comprobado que dos días antes del veredicto final, ya ellos lo tenían: Cuatro iban para afuera y a dos les darían garantía económica. Sólo quedaría preso el asesino. Y así ocurrió, aseguran.
Se han dado cuenta, afirman, de que la justicia está sólo para proteger a los criminales tras presenciar la agresión de dos ladrones a su víctima, en pleno tribunal.
Nosotros queremos justicia y que cada uno de los implicados pague lo que tenga que pagar, reclama Fabiola. Claudio acota que insistirán en su reclamo.
Los días de los Caamaño están embargados por el dolor pese a las multitudinarias demostraciones de solidaridad que hacen constantes las visitas y los obligaron a habilitar dos salones de la funeraria.
Declaran que esta tragedia ha sido tan grande que va a haber un antes y un después en la vida de todos nosotros.