Jardiel Poncela, escritor español del siglo pasado, viendo la promiscuidad creciente en la juventud, se preguntaba si aún quedaban vírgenes, y si acaso hubieren, alguna vez, existido 11 mil vírgenes. Una manera jocosa referente a la abundancia de cultos a María, la madre de Jesucristo, y que los impíos y creyentes utilizaban como refrán: “Me ofrezco a las 11 mil vírgenes”. Similarmente, vale preguntarse si alguna vez existió algo tan puro y venerable como la “Sagrada Familia” (José, María y Jesús).
Que, por cierto, tuvo demasiados tropiezos, duró poco, y su descendencia se discute, aunque de ella provenga el mayor tesoro con que cuenta la humanidad; Y es, sobre todo, el referente por excelencia para la construcción de un concepto de familia, y que muchas personas han logrado reproducir en mayor o menor medida, (y tantos fracasar) con grandes frutos y beneficios para sus miembros, las comunidades y los países en donde el modelo de hogar cristiano ha perdurado.
El concepto de familia y hogar es mucho anterior al cristianismo, y la Biblia misma nos muestra las dificultades del modelo, casos de maltrato, desobediencia, adulterio y demás entre los hebreos.
El término hogar deriva de “fogar”, fuego, fogón: es decir, los que se reúnen y comen del mismo fogón. Una práctica que ha funcionado maravillosamente en muchas culturas, y que todo el mundo sabe y valora lo que ello implica para el niño, los esposos, las demás familias y toda la sociedad. Pero no es correcto insistir que en el pasado fuera siempre mejor. No es probable que de los invasores y colonizadores, las etnias aborígenes y africanas se produjese aquí alguna vez un sistema familiar generalizado en diferentes clases y regiones.
Tuvimos un valiosísimo referente en la clase media rural del Cibao en los tiempos de la Restauración y la economía tabacalera, y en los pueblos de esa región, en donde la estabilidad económica había permitido, junto a una tradición religiosa que siempre dio la batalla, desde Las Casas, de Córdova y Montesinos. Sin desmedro de los africanos, que según Price-Mars también tenían costumbres familiares no muy distintas a las europeas.
Max Weber, el gran sociólogo alemán, aportó el concepto de “tipo ideal”, como método analítico de establecer patrones repetitivos preponderantes, con gran utilidad para entender los hechos sociales. Pero con frecuencia, estos prototipos son tratados como tipos ideales, es decir, como lo que se deber ser y hacer. Pero de esto, precisamente, se trata toda evolución humana que pueda considerarse como verdadero desarrollo. Lo demás es crecimiento, o incluso descomposición y caos.
De modo similar, el Estado y la Constitución son patrones de conducta, modelos a ser imitados (valorativos, normativos) cuya obediencia deberá beneficiarnos, aunque no sea necesariamente “constitucionalista” nuestra realidad legal cotidiana, ni propiamente un Estado el conglomerado que formamos. También carecemos de un concepto o tipo ideal de identidad nacional, y de su utilidad; excepto para reconstruirlos o hacerlos de nuevo. Familia y Estado han probado ser prototipos biunívocos e insustituibles. Lo opuesto es el desastre.