Familias se ganan el sustento con ventas de flores

Familias se ganan el sustento con ventas de flores

POR SORANGE BATISTA
Las flores, obras maestras de la naturaleza que desde su nacimiento en las alturas hacen gala de su colorido y perfume, suman a sus bondades la cualidad de ser, algunos metros más abajo de su hábitat, el sustento de miles de familias que han hecho de la venta del delicado producto, su único medio de vida.

Las marchantas adornan sus cabezas con la hermosa mercancía y salen a pregonar; quienes tienen puestos de venta se dirigen a estos y organizan delicadamente sus recipientes, otros compran los paquetes y los conservan envueltos para comercializarlas en floristerías o jardines que pasarán a ser alegría de muchos, en festejos, y consuelo de otros, en momentos de duelo.

A estas personas se suman otras que se acercan a la también llamada «Calle de las Flores», a comprar flores para usos personales, en camiones que bajan desde Constanza y Jarabacoa.

Lo descrito anteriormente es el panorama que a diario se observa entre las calles Del Monte y Tejada y Hernando Gorjón, dos de las calles que colindan con el Mercado Modelo, donde cientos de personas acuden a comprar flores frescas y a buen precio.

«El cultivo de flores a nivel comercial existe en el país desde 1940 cuando algunos campesinos iniciaron a sembrar en Constanza y Jarabacoa, algunas plantaciones destinadas a la venta», de acuerdo con explicaciones del ingeniero Julio Sepúlveda, propietario de Jardín Constanza y quien se inició en el cultivo de flores en 1974.

Actualmente un número importante de dominicanos y haitianos viven directamente de la compra y venta de flores, si consideramos los puestos en lugares estratégicos y los ambulantes como las conocidas marchantas que, cubetas en la cabeza recorren kilómetros pregonando la mercancía.

Claro, las floristerías copan gran parte del mercado pero al ser un tipo de comercialización más formal se dirige a una clase más alta que es la que puede pagar de RD$600.00, en adelante para un arreglo floral o más de RD$800.00, para una corona fúnebre.

El pequeño Haití a tempranas horas de la mañana, permite un contacto cercano con comerciantes de flores de todos los niveles como, el haitiano Renould Mossillon quien se dedica a comprar flores al por mayor para venderlas en Haití desde hace 29 años.

Ya tiene una de sus hijas en la universidad, las otras dos estudian en la escuela y tiene su casita propia en Haití. «Todo lo que tengo lo he hecho vendiendo flores, yo les vendo a las floristerías en Haití, a veces el negocio se pone malo, pero a veces se pone muy bueno y me gano RD$6,000 ó RD$5,000 a la semana».

EX PREGONERAS

¡Las Floreeeessssssss! Vociferaba doña Chola cada mañana pregonando por las escasas calles con que contaba la capital en los años 40, su perfumada y colorida mercancía. Cinco hijos crió con beneficios del negocio que, desde 1942, mantiene con un puesto fijo en el Cementerio de la Máximo Gómez.

«Todavía se le gana para comer» expresó y al dejar escapar una sonrisa en su rostro, en el que los años han dejado zurcos y las situaciones difíciles marcas.

«Cuando yo llegué aquí (al cementerio) era jovencita, mi esposo se había muerto y yo tenía 5 hijos, el más chiquito tenía año y medio. Los tenía a ellos a mi cargo, además de la señora que me crió, que era ciega, y una muchachita que la cuidaba a ella. A todos los tenía que mantener yo de la venta de flores».

«Todo era muy diferente en aquellos años, las flores no costaban na’ «.

Doña Chola viajaba desde San Cristóbal todos los días antes de salir el sol, ahora sale en la mañana por temor a ser asaltada. Va hacia el mercado (como llaman al Pequeño Haití), compra sus flores y se dirige a su puesto. ¿Su edad? dijo que nunca la ha sabido porque su mamá murió sin declararla, «en ese tiempo la gente no se apuraba por eso de papeles ni nada», comentó.

El cementerio que se ha convertido en su otra casa, le permitió impulsar sus hijos en la búsqueda de otros conocimientos que, aunque no profesionales, son técnicos en diferentes áreas y han procreado sus propias familias.

«Yo sigo trabajando porque me gusta y aquí voy a morir, de la venta de flores levanté mi casita y mis muchachos. Ellos me dicen que deje de trabajar pero yo he visto muchos que se han sentado y se han enfermado, yo mejor me quedo aquí».

De Mayra, quien llegó al lugar junto con ella, solo quedan sus hijos atendiendo el puesto de flores que está en la entrada principal del cementerio de la Máximo Gómez, el responsable es un señor que, dijo llamarse «de nombre Muerto, de apellido Caja», por no querer dar su nombre real.

Este hombre, de tez oscura y consistencia delgada, narró que doña Mayra se levantaba a las 4 de la mañana a buscar sus flores al Mercado, «venía desde Haina y me traía con ella para que la ayudara a cargar «. «Yo me he quedado aquí. Estoy aquí desde antes de los años 70’s, cuando enterraban los muertos con música y recuerdo todo. Recuerdo la Guerra (Abril de 1965), recuerdo cuando enterraron a Sagrario Díaz, todo eso».

«Yo trabajo aquí y la ganancia nos las repartimos entre los hermanos, doña Mayra dejó una casita hecha y ahí viven algunos de sus hijos, nos mantenemos como Dios nos ayuda pero todavía la venta de flores, aunque se pone dura a veces, deja para resolver algunas cosas».

LAS MARCHANTAS

Rosas, claveles, girasoles, crisantemos, azucenas, gladiolos y follaje son colocados en cubetas que, con un equilibrio increíble, esas trabajadoras llevan en su cabeza recorriendo kilómetros con su pregón.

Su día de trabajo inicia en el mercado, donde compran a los camiones de Jarabacoa y Constanza, al que les dé mejor precio y de ahí mismo parten a la caminata que, con escasos momentos de descanso, termina al final de la tarde.

Ya quedan pocas marchantas porque algunas facilidades de puntos estratégicos les han permitido vender de un modo más cómodo, como en los supermercados o mercados.

EL RELEVO

La facilidad de algunos centros comerciales ha dado paso al relevo de mujeres más jóvenes, hijas de marchantas retiradas que en algún momento consiguieron su puesto fijo en algún supermercado y permanecen en el punto.

Con mucho entusiasmo esas mujeres preparan las flores a exhibir, les quitan las hojitas marchitas, los pétalos mayugados y demás. «Si la gente las ve feas no las compra», expresó Yissel, hija de una mujer que fue marchanta por más de 40 años y que logró establecer un sitio de venta fijo en un supermercado.

Doña Carmen dice que «yo vendo flores hasta las 7:00 de la noche, las que quedan después de ahí son mías y no las vendo». Y es que esta corpulenta mujer tiene a su cargo la manutención de 3 niños disfruta al máximo su trabajo y es una fiel admiradora de las flores.

Dentro del grupo de jóvenes que han optado por las flores para subsistir, también se están los que en horas nocturnas se apostan en intersecciones importantes y en las cercanías de lugares donde, se supone, acuden parejas.

La parte dañina de este tipo de comercialización es que pone en situaciones vulnerables a jovencitas y jovencitos que hasta altas horas de la noche

VENDEDORAS DEL MERCADO:

Contrario al entusiasmo exhibido por las mujeres que venden flores en los supermercados, las señoras y ancianas apostadas en la calle de las flores, se niegan a compartir sus experiencias. Con rostros duros y serios, estas mujeres desafían el incesante calor con el vaivén de cartones que desvían un poco de aire a sus cuerpos.

Doña Cheíta, la única que quiso compartir su experiencia, dice recuerda su vida junto a las flores, siempre he estado con ellas. «Mi mamá me llevaba con ella a vender en las calles y ya soy una anciana de 78 años y sigo aquí».

Las flores que más se venden en esa zona son las rojas y los gladiolos. Muchas personas acuden donde ella a comprar los pétalos de rosas «para baños», aunque no siempre.

Cheíta tiene sus hijos que como a doña Chola, le insisten en que deje de trabajar pero ella con su ceño fruncido es categórica al decir que «no, yo dejo de trabajar, solo cuando Dios quiera».

Llenas de colorido y aroma, las flores permanecen en el mercado como una opción comercial que, por años, ha llevado el pan a un importante número de personas que dependen de su venta.

DATOS SOBRE LA FLORICULTURA LOCAL

La floricultura local, aunque no cuenta con estadísticas formales, maneja alrededor de 30 millones de pesos mensuales, con aumentos en fecha especiales.

Actualmente el cultivo de flores representa un subsector pequeño de la horticultura, que no es tan grande pero es significativo porque genera, por su intensidad de producción, una gran cantidad de mano de obra en pequeños productores, de acuerdo con Julio Sepúlveda, uno de los mayores productores de flores en el país, cuya empresa, Jardín Mular, posee alrededor de 300 a 400 mil metros cuadrados de invernaderos de distintas tecnologías.

Se producen flores a 2,000 metros de altura, como son los claveles; a 1500 que son las rosas; a 1200 en el Valle de Constanza que son los Pompones, Girasoles, Aves del Paraíso, Margaritas, etc. Y las flores de relleno para terminación, y rellenos verdes que se producen a 400 metros.

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