Fanatismo religioso

Fanatismo religioso

GUSTAVO GUERRERO
En todos los rincones del mundo el fanatismo religioso traza sus normas perjudiciales para establecer una conducta de absolutismo ideológico amparado en tener siempre la verdad. Desde los indígenas adoradores del Sol hasta los católicos y protestantes -estos últimos siguen las enseñanzas establecidas por Cristo- la pasión desbordadora establecida por muchos para tener siempre la razón y confundir la voluntad más firme y el determinismo para marcar una ruta diferente agotando consideraciones interpretativas de los textos religiosos para imponer las normas de una tradición secular.

Los indios adoradores del Sol para obtener favor y protección sacrificaban en honor de su Dios a núbiles doncellas que iban al holocausto con orgullo de ser elegidas para la importante misión de morir por su Dios. La pira de fuego y el filoso sable las esperaban. Ellas con pasos de danza se acercaban con la sonrisa en los labios a un sacrificio voluntario impulsadas por su fanatismo religioso.

El fanatismo de los católicos y protestantes tiene otro carácter sin llegar a tales extremos. Y es bueno señalar que no todos los católicos y protestantes adolecen de ese virus perjudicial que impulsa a las pasiones desbordadas. Los hay -y muchos- muy bien equilibrados que siguen con solemnidad y respeto los dictados de su doctrina sin incurrir en desafueros extremistas de notable fanatismo.

Los Reyes Católicos, Ysabel y Fernando, estaban al tanto de la rebeldía contra su Iglesia manifestada en diferentes puntos de Europa, con ostensible intención.

Tanto es así que estaba en su cabal conocimiento la bula que el Papa Alejandro VI, expidió el 4 de mayo de 1493 asignando el dominio temporal de los territorios recién descubiertos a Castilla y a Portugal, para fortalecer en ellos la fe católica.

Tan fuerte y decidida se manifestó la influencia católica en las vastas extensiones descubiertas, que a su nombre y amparo para obligar a los indios al catolicismo, se registraron incontables desafueros. En nuestra isla los exterminaron en nombre de una religión que obligaba al culto pero también a las encomiendas.

Pizarro conquistador indomable, a fuego y sangre se imponía donde encontraba residencia indígena. Cuando le llegó la hora suprema, la de entregar su alma a los arcanos infinitos, tuvo debilidades inconcebibles.

Pizarro, después de fundar a Lima la capital del Perú, y después de darle garrote vil a su contendiente Almagro fundador de Cuzco, fue asesinado por algunos conspiradores que pudieron introducirse en su casa. El hidalgo se defendió con bravura, pero sucumbió frente al número de sus atacantes. Cayó con el cuello atravesado y en ese instante supremo se aferró a su creencia católica y con su propia sangre pudo trazar una cruz en el pavimento para encomendarse a Dios. Pero, para miles de indígenas que fulminó sin reparo alguno, nunca pidió la indulgencia ni mucho menos el más leve perdón a su Dios.

Otro acontecimiento que hizo alertar al Vaticano fue la rebeldía contra la Iglesia Católica del fraile agustino Martín Lutero quien el 30 de octubre de 1511, expuso en la puerta del castillo de Witemberg sus 95 proposiciones sobre el abuso de las indulgencias que concedía la Iglesia Católica.

Si bien los católicos impusieron un urticante fanatismo religioso, también, en la misma medida lo hicieron los protestantes radicados en Inglaterra.

El caso de Sir Walter Raleigh es típico.

Releigh se presta, primero, a combatir a los católicos en Francia ayudado por los hugonotes. Se juega la vida durante cuatro años y da muerte e innumerables católicos por la sola razón de ostentar una religión diferente a la suya. Como bandera de sus más encendidas pasiones arrasa con todo símbolo del catolicismo.

Luego, ya con crédito y gloria intenta trasladarse a las nuevas tierras de América, pero antes decide emplear su genio guerrero en Irlanda donde puede combatir las huestes españolas que se han establecido allí. Raleigh desarrolla su furor anglicano para arrasar con cuantas vidas católicas encuentra.

Los rebeldes católicos luchan bajo el mando de James Desmond, éste «cae en las manos de Raleigh que le juzga y lo condena y hace cuartos. La cabeza y las piernas se ponen como ordenamientos a la entrada de la ciudad de Cork». Después, los campos de Irlanda quedan asolador; la muerte extiende su guadaña con inflexible terror nada más porque se mata a católicos. Y por esta «azaña» Raleigh gana un gran prestigio en todo el dominio inglés.

Se cuenta que este mismo Raleigh empieza su carrera de cortesano con un gesto galante: «Camina la Reina un día por sus jardines y se detiene en un charco. Raleigh se quita de los hombros su espléndida capa y la extiende sobre el lodo: para la Reina». Raleigh, acumula títulos y distinciones, entre ellos el reconocimiento como el más eficaz asesino de los católicos en Irlanda.

Así es el fanatismo religioso.

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