Fardos del PRD

Fardos del PRD

ROSARIO ESPINAL
En los últimos días han surgido opiniones encontradas sobre el desempeño electoral del PRD: ¿Ganó o perdió? ¿Fue la Alianza Rosada positiva o negativa? La evaluación es mixta. Si se compara con la mayoría congresional y municipal que obtuvo en 1998 y 2002, el PRD registra una derrota. Pero, como ha dicho su presidente, sin la alianza, la pérdida de posiciones hubiese sido probablemente mayor.

La pregunta es entonces, ¿por qué perdió el PRD y ni la alianza pudo evitar la derrota? Argumentar que se debió al abuso de los recursos públicos y mediáticos por el Gobierno es inadecuado por dos razones.

Una, el PRD ha sido co-gobierno, controla el Congreso y la mayoría de los ayuntamientos, desde donde podía repartir dinero, favores y promesas, aunque no fuera en la magnitud del Ejecutivo.

Otra, en 1998, cuando el PLD también estaba en el poder, el PRD obtuvo una mayoría legislativa y municipal. Si el clientelismo gubernamental fuera la principal explicación de la derrota, entonces no hubiese ganado las elecciones de 1998.

El transfuguismo es tampoco explicación convincente, sobre todo, porque en el PRD no hubo grandes desmembramientos y, por tanto, muchas inconformidades de los líderes no se traspasaron activamente a los electores.

La explicación principal hay que buscarla en otro lugar.

El PRD posee indiscutiblemente una herencia muy meritoria de luchas democráticas y una pléyade de líderes en el territorio nacional. Pero como toda herencia que se malgasta, eventualmente se disminuye y puede desaparecer.

Aquí radica un tremendo problema y desafío. A partir de 1978, el PRD ha gobernado tres veces. De esos gobiernos, el único que recibe una evaluación positiva de la población es el de Antonio Guzmán, mientras los de Salvador Jorge Blanco e Hipólito Mejía reciben las peores evaluaciones entre varios gobiernos, según lo revela la más reciente encuesta Penn, Schoen & Berland.

Por su parte, la última encuesta Gallup-Hoy registra un bajo porcentaje de valoración positiva de Hipólito Mejía, de sólo 24%, y ningún otro líder del PRD llega a un 50% de aprobación, mientras varios políticos de otros partidos sobrepasan el 50%.

Estos fardos de evaluación negativa deberían preocupar a la dirigencia y membresía perredeísta.

Los problemas actuales del PRD tienen dos orígenes distintos pero vinculados, uno partidario y otro de políticas de Estado.

En lo partidario, el PRD se ha caracterizado por una fuerte competencia de liderazgos (el llamado grupismo) que nunca encontró canales institucionales adecuados para encauzarse.

Fue el primer partido político en establecer las primarias, pero entre 1978 y 1986, los perdedores y ganadores se torpedeaban.

Después de la derrota de 1986, el PRD no resolvió los conflictos de liderazgos ni afianzó la institucionalidad partidaria para estructurarlos. Simplemente encubrió los problemas con la preeminencia de Peña Gómez quien, a partir de 1990, se erigió en su doble condición de líder del partido y aspirante a la Presidencia.

El esfuerzo de Balaguer por impedir que Peña Gómez llegara al poder en 1994 y 1996 generó gran descontento en amplios sectores, que se volcaron a favor del PRD en las elecciones de 1998 con 51% de los votos y en el 2000 con 49.8%.

Mientras el liderazgo de Peña Gómez permitió distribuir poder entre líderes y facciones, y asegurar la coexistencia y sucesión, el partido funcionó con sus deficiencias irresueltas; pero una vez fallecido Peña Gómez en 1998, el campo quedaba abierto para las confrontaciones.

Consciente de eso, Hipólito Mejía utilizó una estrategia de subordinación partidaria basada en la inserción clientelista de las distintas facciones. Así evitó que las luchas intra- partidarias consumieran su gestión de gobierno, como había ocurrido con Guzmán y Jorge Blanco, pero se hipotecó de paso casi todo el liderazgo perredeísta.

Este sistema autocrático, y además costoso, marcó las relaciones de poder dentro del PRD y las políticas de Estado en el período 2000-2004. Se produjo un desenfreno por el provecho inmediato, aumentó el endeudamiento y el gasto público, y como resultado, se generó una situación de inflación, devaluación e incertidumbre económica.

Independientemente de la opinión que se tenga sobre la quiebra de los bancos, unos la ven como causa y otros como consecuencia de la crisis económica, el Gobierno, por incapacidad o complicidad, o ambas cosas, no intervino a tiempo para evitar la debacle.

El resultado político fue el desplome electoral del PRD en el 2004 y 2006, porque está grabada en la memoria de amplios segmentos sociales la inestabilidad y desasosiego que generó el último gobierno perredeísta.

Mirando hacia adelante, el PRD tiene dos opciones. Puede maquillar las derrotas y quedar a la espera de que un desgaste del PLD le facilite volver al poder, o puede reconocer sus errores y someterse a un profundo proceso de cambio que enganche con su origen democrático. La primera ruta es muy incierta, la segunda, muy pedregosa.

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