Fariseo y publicano

Fariseo y publicano

Manuel Maza

DESDE LOS TEJADOS. Nuestra cultura individualista, nos lleva a crisparnos sobre nuestros logros y méritos. Sin duda que nos fortalece el reconocer modestamente lo alcanzado con esfuerzo. Pero nuestros logros pueden lanzarnos por dos despeñaderos: el creernos mejores y el despreciar a los demás.

Jesús lo señala en el Evangelio de hoy (Lucas 18, 9 – 14) al predicarles “a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás”.

En la parábola que Jesús narra, encontramos a dos hombres en el templo. El fariseo, se colocó adelante en el templo, oraba de pie y se dirigía a Dios para darle gracias por su propia bondad y de paso informarle: “yo no soy como los demás hombres, ladrones, injustos y adúlteros”.

En el fondo del templo estaba un publicano, es decir, un odiado cobrador de impuestos al servicio del Imperio Romano. Sin levantar la cabeza, golpeándose el pecho, como señalando un corazón de donde ha salido tanta maldad, apelaba a la misericordia de Dios: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. El publicano regresó a su casa justificado.

Jesús saca la lección: “el que se enaltece, será humillado, y el que se humilla, enaltecido”. ¡Cuánto ganaríamos en calidad de vida nacional y familiar, si todos, chiquitos y grandes, reconociéramos con sinceridad en qué estamos fallando!

Un ejemplo: en esta era cibernética, nos humilla a todos que nuestra educación necesite urgentemente empezar desde lo básico: la lógica aritmética y la expresión oral y escrita, que por cierto, pueden ser atendidas cibernéticamente. La tentación está ahí: enaltecernos con los logros de nuestros peloteros, escondiendo un sistema educativo que está ponchado. Solo saldremos adelante, evaluando y capacitando a todos los docentes, reconociendo a los idóneos con sueldos dignos, y enalteciendo a los excelentes, mientras se insiste humildemente en lo básico.

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