Fascinación por las sirenas

Fascinación por las sirenas

Quizás fue la lectura de “La Sirenita” cuando era aún muy joven o talvez es sencillamente inexplicable, pero desde siempre he sentido fascinación por las sirenas y este es uno de mis temas recurrentes. Así que aquí voy otra vez…

Un dato inexplicado por la antropología, y tanto más fascinante porque embelesa a los científicos, es que en las más diversas culturas marinas han existido estas criaturas maravillosas que hoy, al cabo de los siglos, aparecen inapelablemente confinadas al cerco de la mitología.

Las más comunes y conocidas son las que tienen el torso, brazos y cabeza de mujer, con la mitad inferior del cuerpo en forma de pez. Pero también hay sirenas con cabeza de mujer y cuerpo de ave. Una de mis pocas quejas del castellano es que nos obliga a llamarles sirenas tanto a unas como a otras; los angloparlantes poseen el recurso de que unas sean “mermaids” y otras sean “sirens”, aunque muchas veces sean sinónimos.

En las cercanías de las islas griegas de Ea y Trinacia, las sirenas emplumadas cantaban una melodía enloquecedora, que llevaba a los marinos a estrellar sus navíos contra las afiladas rocas de la costa. Fueron de éstas las que debió eludir Ulises, atándose al tope del mástil de su nave con los oídos suyos y los de sus marineros entaponados con cera de abejas, para no sucumbir al melodioso canto y poder guiar la embarcación por las peligrosas aguas hasta llegar a Trinacia, isla donde los bueyes del Sol pastaban.

Desde que Ulises venció a las sirenas, el mar Tirreno nunca volvió a ser el mismo, pues éstas, desesperadas por su fracaso, murieron de tristeza y de despecho. Nunca pudo establecerse cuántas fueron las ninfas griegas. Según Homero, de cuya veracidad muchos han dudado, porque contaba cosas de oídas, eran dos; otros dicen que eran tres.  Lo cierto es que una de ellas, Parténope, se apareció de manera repetida e insistente en un golfo del mar Tirreno, obligando a los marineros que fundaron allí una ciudad, que sería con el paso de los siglos capital de Sicilia e Italia, a ponerle como nombre uno derivado del suyo: Nápoles.

En su congestionado puerto, una sirena pétrea contempla el horizonte, en silente homenaje a sus hermanas, y como inequívoca advertencia a los marinos de los peligros de la mar.

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