Fastidios y preocupaciones
en una larga fila de votantes

Fastidios y preocupaciones<BR>en una larga fila de votantes

Cuando se está en una extensa hilera y allá al frente lo que se encuentra es una urna, la impaciencia nos lleva a dividir la atención en lo que arribamos a la meta. La primera que me preocupó fue una rubia agraciada, curvilínea.

Todos le sonreían y le enfocaban la atención. Vi de una vez en ella un factor de retardo para el proceso. La acogerían como tesoro en la mesa, y con múltiples deferencias para prolongar su estada y el ritual de votar consumiría el tiempo que correspondería a cuatro feas y a seis varones avejentados  y descoloridos.

Y precisamente, delante de mi posición había un quisquilloso de esos que votan pregonando al mismo tiempo que no creen en comicios; refiriéndose a la oligarquía y a los  “poderosos con recursos para el fraude”. Me asaltó el temor de que el individuo, en cualquier momento, se decidiera finalmente por la rebeldía y que en vez de sufragar armara algún desorden y maldijera al presidente del Colegio en que nos reuníamos.

Mi suerte fue que la ancianita  lenta que pedía ayuda hasta para estornudar, y a la que continuamente había que auxiliar  levantándole el bastón, sosteniéndole el bolso o cerrándole la sombrilla, me quedaba atrás. Una octogenaria con total eficiencia en frenar la cola de votantes. Felizmente también me tocó detrás un señor con cara de “brogó”, bigote encanecido que en más de una ocasión dijo estar “harto” del gobierno. Sus botas era de  guardia y su respiración fuerte, como un toro de esos que han pasado a retiro y luego quieren pelear. El yo haber podido votar  antes que  ese potencial defensor del voto popular fue para mí motivo de satisfacción pero solo después que me enclaustré tranquilo, lejos de su presencia.

horacio@hoy.com.do

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