Fatalismo revolucionario

Fatalismo revolucionario

Rafael Delgado (Fellito) fue un héroes anónimo de la revolución del año 1965. Intrépido, con un valor espartano inconmovible, se dio en cuerpo y alma a la lucha que propugnaba restablecer al presidente Juan Bosch después de su derrocamiento por las fuerzas represivas nacionales apoyadas por el ejército norteamericano.

Escogió su campo de acción donde era ampliamente conocido: la parte alta de la ciudad. Todo aquel sector conocía a Fellito y lo apreciaba por su carácter de hombre íntegro y por su bondad para socorrer a los necesitados.

Los norteamericanos seguidos por varios países del hemisferio, dividieron la ciudad de Santo Domingo en dos partes: la del Norte y la del Sur. La más peligrosa lo fue la del Norte. Y esa le tocó a Fellito defenderla. Y lo hizo con tal valentía y decisión que mantuvo en jaque a las tropas seguidoras de los yanquis por aquel lugar. Pero no tuvo suerte en su empeño. En una emboscada él y varios compañeros fueron sosprendidos con ráfagas de plomo eliminadoras de su vida y la de aquel grupo de esforzados luchadores. Fellito Delgado comandante en jefe de esa zona murió persiguiendo el ideal de su existencia: luchar por una causa noble en defensa de nuestra nacionalidad. Pero ese hombre de recia estirpe, de un corazón inalterable frente al peligro, nunca se le hizo el reconocimiento que merecía. Lo ignoraron en su partido. Pero no por eso dejó de ser un héroe orlado por un símbolo de auténtica libertad.

Estos trazos revolucionarios acerca del existir de Fellito Delgado, me surgieron, de pronto, al leer un episodio ocurrido al poeta mundial Pablo Neruda en Madrid cuando la guerra civil española arropaba a sus habitantes con sus trágicos tentáculos. Madrid -como Santo Domingo en la guerra del 65- estaba dividido en dos zonas; la de los republicanos y la de los franquistas. No había ley para dictar normas de conducta. Un día, León Felipe se encontró con Neruda en un café de la esquina de la casa del bardo chileno. Felipe llevaba una capa española que iba muy bien con su barba nazarena. Al salir rozó con los elegantes pliegues de su atuendo a uno de los quisquillosos correligionarios. No sé -sigue relatando Neruda- si la apostura de hidalgo de León Felipe molestó a aquel «héroe» de la retaguardia, pero lo cierto es que fuimos detenidos a los pocos pasos por un grupo de anarquistas, encabezados por el ofendido del café. Se llevaron al poeta leonés. Mientras lo conducían al fusilamiento vi pasar a dos milicianos que volvían del frente. Les expliqué quien era León Felipe y gracias a ellos pude obtener la liberación de mi amigo.

Algo similar estuvo a punto de borrarme del mundo de los vivos en la revolución del 65. Yo estaba en la zona Sur cuidando por la seguridad de mis hijos. Tuve noticias del peligro que corría Fellito en la zona donde se encontraba porque aquella iba a ser arrasada. Me decidí a darle aviso a mi amigo. Tomé la bicicleta de mi hija Maritza y con ella por vericuetos especiales para burlar los «corredores» llegué hasta la casa de Fellito pedaleando con todas las fuerzas de mis piernas. No lo encontré allí. Me trasladé a su «comando» y tampoco pude localizarlo. Regresé a su casa y nadie sabía de su paradero. Ya se hacía tarde y tuve que regresar para pasar a tiempo por el «corredor». Cambié de ruta. Iba a cruzar por donde los famosos «rolitas», de reconocida fama peligrosa. Tenían su «comando» en las cercanías de la iglesia de San Carlos. De pronto me detuvo una voz ronca: ¡Alto! ¡Devuélvase y no pase por ahí!. Me resistí un tanto a su orden y vi cómo rastrillaba su fusil y observé sus ojos brillantes con destellos agresivos. ¡Mire, carajo, quiere que lo fusile, pase rápido por aquella alambrada! Me aferré a la bicicleta y permanecí quieto con una rebeldía en mi corazón. Yo iba a pasar por una corta senda establecida por donde, antes, vi a otros transitar. Volvió a amenazarme el revolucionario constitucionalista con su fusil, esta vez con signos evidentes de actuar. En eso, un señor de aspecto reposado, me tomó por el brazo y con palabra suave me dijo: vamos amigo pasemos por donde él dice. Así lo hicimos y escuchamos a nuestra espalda la voz del guerrillero «rolita»: No vuelvas a pasar por aquí porque te fusilo.

Días después supe de la muerte de mi amigo Fellito y me rebosé de angustia y de inconformidad. Sólo llegué a balbucear: ¡Maldita guerra que separa y destruye a los hombres!

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