Fe en que Dios no existe

Fe en que Dios no existe

No se puede demostrar que Dios existe; tampoco que Dios no existe. Se traban las discusiones de los eruditos, teniéndonos que conformar con la mismísima fe que tiene un carretillero. Los más creyentes más instruidos elaboran escabrosos discursos para justificar lo que ya creen por fe, por otro tipo de experiencia o de conocimiento, distintos del conocimiento científico-racional. Los no creyentes elaboran argumentos pretendidamente científicos, desarrollando una especie de “fe en la ciencia”, una forma de creer exclusivamente, alegan, en los raciocinios y evidencias.

Con el gran prestigio que ha llegado a alcanzar el conocimiento científico y su aplicación práctica, la tecnología, muchas personas llegan a creer que todo lo que la ciencia no explica, carece de veracidad. Ignoran las limitaciones que tiene la ciencia como instrumento de conocimiento, la precariedad de sus conceptos, abstractos y operacionales, los problemas de la validación lógico-empírica de los indicadores y los instrumentos de medición-observación, y la dificultad enorme que existe para establecer las causas y los efectos en los complejos y elusivos aspectos de la realidad que se desean estudiar. La cosa es aún mucho más complicada cuando se trata  de fenómenos psíquicos, almáticos, espirituales.

Tienen un mismo origen la ciencia y la religión: El miedo, necesidad de controlar la naturaleza y a los espíritus.

El intelectualismo mismo, como afición, es una búsqueda constante y a veces agónica de control sobre lo conocido y lo desconocido. Como la explicación de las cosas que no podemos observar directamente es extremadamente difícil y laboriosa, se suelen elaborar hipótesis y conjeturas que sustituyen a la observación por una “seguridad” o convicción  más emocional que racional, más psicológica que lógica.

Personas poca formadas sobre el método científico (incluidos muchos intelectuales) y escaso tiempo para profundizar, se rinden a sus propios prejuicios y terminan teniendo una especie de fe en lo que dicen los científicos y sus difusores, no sabiendo discriminar entre lo que es una prueba científica y lo que no lo es. Siendo ellos mismos víctimas de sus compromisos ideológicos y existenciales, de su orgulloso, su rebeldía, su afán de libertad y, a menudo, temor a comprometerse y a aceptar disciplinamientos éticos  más allá de sus propias conveniencias.

Pero la incredulidad también se debe grandemente a la manipulación que poderosos y religiosos han hecho tradicionalmente de las religiones y la candidez e indefensión de los pueblos; así como a la falsía e inconsistencia de los creyentes.

Se confunde fe con la religiosidad y con manipulación religiosa, sin que la ciencia  ni la lógica puedan ayudarnos.

Al final, los creyentes solamente podemos  demostrar a Dios amándonos unos a otros. La prueba definitiva de su existencia es el amor. (Juan, 17).

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