Fe política

Fe política

Bajo esta estresante etapa de elecciones congresuales y municipales, me pregunto qué tan motivado realmente está el pueblo dominicano en ir a votar y hacerlo por conciencia como ciudadano, eligiendo al que por fe esperamos que trabaje por lo que queremos, y no por cumplimiento a la inherente responsabilidad cristiana, tan solo al que creemos que es menos malo.

Frecuentemente escuchamos las críticas cada vez que las instituciones eclesiásticas o representantes de la Iglesia,  emiten opiniones sobre la coyuntura que el país atraviesa. La idea religión y política como incompatibles está bastante difundida aunque, no por ello, corresponda a la realidad de las religiones y, en este caso, a la vida cristiana misma. Bastaría con recordar al Jesús de los evangelios, capaz de llamar hipócritas a quienes descuidaban el amor al otro por la simple correspondencia a una ley deshumanizante. Para este Jesús, la vida política es una expresión más del “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. La nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y a la conducta de los católicos, en la vida política, de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe (2002) afirma: “El derecho-deber que tienen los ciudadanos católicos, como todos los demás, de buscar sinceramente la verdad y promover y defender, con medios lícitos, las verdades morales sobre la vida social…”.

Es preciso explicar que la fe es la creencia o la confianza en la verdad o la fiabilidad de una persona, idea o cosa; es también el conjunto de creencias de una religión o el conjunto de creencias de alguna persona, de una comunidad o de una multitud de personas, como lo referente a la política, la cual es la actividad humana que tiende a gobernar o dirigir la acción del Estado en beneficio de la sociedad.

Esa oposición que se organiza también como persecución, las más de las veces tácticamente encubierta y anónima, más o menos disfrazada o velada-, explica la dificultad que experimentan los católicos para acceder, por vía de la acción política, a los puestos de gobierno, legislación y decisión, que le permitan incidir en la configuración de la vida pública. Se nos exhorta a empeñarnos en fundar una civilización del amor, pero el terreno no está vacío, sino ocupado por una civilización apóstata y anticatólica.De manera que, la renuncia a la propia fe y a la propia identidad es un error en primer lugar y sobre todo, religioso. Su inmediata consecuencia se manifiesta en el orden de la cultura, que por fin se manifiesta en el orden político.

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