Federico García Godoy revivido

Federico García Godoy revivido

SERGIO SARITA VALDEZ
La Biblioteca de Clásicos Dominicanos fundada por Don Manuel Rueda y editada por la Fundación Corripio, Inc. al arribar a su volúmenes XXXVIII y XXXIX lo hace aportando una recolección de selectos trabajos de obra intelectual perteneciente a uno de los más brillantes hombres de letras de finales de siglo XIX a comienzos del XX. Nos referimos a un cubano de origen pero quisqueyano de formación,  creador del nacionalismo literario dominicano, Don Federico García Godoy.

El regalo que nos hace Jacinto Gimbernard y su equipo al insertar en este coctel impreso a Rufinito, Alma Dominicana y Guanuma lo tendrá que agradecer toda una legión de ávidos lectores que deseen apagar su sed de conocimientos del pasado en la rica fuente del tintero de Don Fico. Al final de una concentrada lectura es inmensa e indescriptible la fruición  que se experimenta absorbiendo la sabia del pensamiento vertido a través de la pluma de este privilegiado autodidacta filósofo, sociólogo, periodista e investigador de dos centurias.

¿Quién no disfruta al máximo reflexionando mientras pasea su vista en párrafos como el que sigue:»Países en formación como algunos de estos americanos de civilización latina necesitan poseer un núcleo de hombres representativos dispuestos, cueste lo que costare, a acometer la magna obra de mejorar su deficientísima condición social en un sentido de gradual y entera adaptación a modalidades de la civilización peculiares de la hora presente. Pero esos hombres representativos son como diamantes de a libra por su escaso número. No sólo necesitan poseer relevantes condiciones de inteligencia, de mentalidad, sino, mucho más que eso, cualidades de carácter firme y recio, de una voluntad tesonera, exenta de flaquezas y desmayos e incapaz de amilanarse ante los tremendos obstáculos que ponen de continuo en la vía salvadora los intereses creados».

¡Cuán bello y único su acierto conceptual de la literatura criolla cuando Godoy sentencia: «La literatura de un país es luminosa herencia secular que crece progresivamente formando un todo homogéneo y grandioso, susceptible, claro está, de evolucionar conforme a las señales de los tiempos y a ciertas circunstancias del momento; pero conservando siempre, aun en sus más salientes momentos de decadencia, el aroma fuerte e imperecedero del espíritu nacional que la particulariza dándole especial fisonomía. Es reflejo fiel e intenso de una colectividad social cohesionada por intereses comunes de ambiente, de raza y de idioma, que ha recorrido ya sucesivas e interesantes etapas de desenvolvimiento histórico».

¡Cuanta humildad exhala este genio al evocar a Littré para decir: » Nuestros conocimientos son como una isla reducida en torno de la cual extiende su oleaje, el océano insondable de lo infinito». Su parecer sobre los investigadores del pasado es puntual, leamos: «Los historiadores de verdadera médula son raros. Pocos de ellos poseen en el grado requerido esa maravillosa facultad, de evocar, de resucitar una edad, un período histórico, con sus peculiaridades íntimas, con sus sucesivos y bien observados estados del alma sin encerrarse, como la inmensa mayoría, en el estrecho marco de la narración escueta de batallas y de hechos de tales o cuales gobernantes casi siempre de efímera nombradía; cosas que, en el fondo, son simplemente la expresión de algo que reside en estratificaciones mentales generadas por una multitud de circunstancias étnicas y sociales de cierta complejidad que para casi todos los historiadores pasan siempre inadvertidas. El pasado, aún en sus aspectos más satisfactorios, no debe ni puede constituir siempre un modelo. Debemos estudiarlo íntimamente no para imitarlo, sino para conocernos mejor y extraer de él los elementos que fusionados hábilmente con otros de actualidad puedan aprovecharse para la elaboración fructuosa de cosas trascendentes».

Y luego continúa mas adelante: «Fuerza es reconocer que somos de otro tiempo, que debemos convencernos de que todos los puntos de vista del conocimiento humano, han radicalmente cambiado, que lo muerto bien muerto está, y que, en la hora actual, nuestro deber principalísimo consiste en aceptar de lleno la realidad circunstante para mirar de frente y sin debilidades sentimentales lo porvenir».

Pero donde el autor comentado nos llevó al cenit de la emoción es en sus comentarios sobre el José Martí de América a quien conoció personalmente. Dice del apóstol cubano lo siguiente: «Atisbaba y aprisionaba el detalle sin que se le obscureciese y falsease la visión del conjunto. Era muy capaz del análisis que fragmenta, que descohesiona, y de la síntesis que resume y totaliza aspectos aparentemente dispares o antagónicos… Su idea de la vida, en todos sus aspectos, es esencialmente dinámica. La existencia, y buena prueba es la suya, se resuelve de continuo para él, en movimiento. La mediocridad triunfante sólo le impresionó pasajeramente. Sin desanimarse ante el rencor o el odio de sus enemigos, no se detuvo nunca, aun defendiéndose, a hacer obra de escarnio o de venganza. Siguió su camino, como el dulce Redentor galileo fija la mirada en lejanos y radiosos horizontes».

Gracias señores de la Fundación por seguir contribuyendo a incrementar el tesoro cultural dominicano, labor indispensable en estos delicados tiempos globalizadotes.

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