Federico Izquierdo

Federico Izquierdo

El profesor Federico Izquierdo ha cumplido el 20 del presente mes de enero un siglo de fructífera existencia, y el Todopoderoso nos lo ha conservado intacto en sus facultades intelectuales y continuando su extraordinaria obra de pintor de méritos altos.

El profesor Izquierdo fue mi vecino, a tres casas de la de mis padres y abuelos paternos, en el Primer Santiago de América, por más de tres décadas, en la antigua calle José Trujillo Váldez, hoy Restauración, y además mi profesor de dibujo en el primer año de escuela normal en el Liceo Ulises Francisco Espaillat en el año 1952.

En una época en que el panorama nacional era tan denso en su oscuridad como la tiranía que gobernaba al país, muchos nos desanimamos de proseguir los estudios, porque para cuales fines, si todo estaba obturado, cercado, limitado, frustrado, por los signos negativos y oxidantes que generaba una situación de terror e inseguridad absolutas.

Empero, el profesor Izquierdo, al pasar por su casa, contigua a la mía, siempre me aconsejó: «Termina tu bachillerato. Consigue un título, que vale de mucho un día que quieras de él, que lo necesites».

Esa prédica se convirtió en una letanía, que aceptaba con una sonrisa, pero que no me convencía, hasta que también el finado doctor Vinicio Cuello Castillo me conminó a obtemperar el sano consejo del profesor Izquierdo, y él mismo me preparó en seis meses las materias que me faltaban para culminar el bachillerato.

Es una gratitud que por partida doble, y hasta mi último suspiro, le debo tanto al uno como al otro, aunque el título en realidad me ha servido para muy poca cosa, pero la intención de ambos para conmigo, es invaluable y mi gratitud eterna.

El profesor Izquierdo, luego de trasladarme a la capital a estudiar leyes que no concluí, se mudó a la calle Sánchez, donde reside desde entonces, en una casita con escalones en la calzada para subir, y enmarcada por dos grandes ventanas, en una de las cuales, siempre en la izquierda, se asomaba el profesor Izquierdo para atisbar su derredor, con su sonrisa siempre amable, como el hueco de las dos manitas de un niño que pretende aprisionar el agua, y él, enmarcar el efecto que profesa con profusión a todos.

Consuetudinario folclorista, ha plasmado en el lienzo multitud de comparsas de «lechones», los «toros» de Montecristi, los «cachúas» de Cabral, los «diablos cojuelos» de la capital, y he observado siempre en el profesor Izquierdo a uno de los más formidables dominadores del carboncillo, un género pictórico difícil, y que es, conforme a los críticos de arte, la base primigenia de la pintura y del buen pintor.

Virgilio García es otro portento del carboncillo, y sin respaldo de ninguna índole, vegeta en el anonimato, en el oscurantismo y la miseria.

El profesor Izquierdo tiene un denominador común con quien redacta y es el rechazo a los homenajes, que el presidente Hipólito Mejía insistió dos años conmigo para reconocerme algo, y que el segundo intento entendí que un ciudadano no debe contradecir a un gobernante por dos años por una aparente sencillez, y accedí, contrario a mi deseo y norma.

El profesor Izquierdo sólo acepta que la sala de estudios de la Sociedad Amantes de la Luz ostente su nombre, institución literaria a la cual ha servido por siete décadas sin remuneración, aunque la suya por 37 años de docencia es de $1,070 al mes… Es decir, lo que cuesta un litro de whisky blend.

En el centenario de un dominicano patrimonio cultural viviente de los dominicanos, preces al Altísimo por su salud y por haber concebido un ser humano tan extraordinario. Respeto, admiración y reverencia a su nombre y su legado cultural por siempre…

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