Felicidad y vacío existencial

Felicidad y vacío existencial

REYNALDO R. ESPINAL
A pesar de que nunca como ahora son más evidentes los signos de infelicidad en la vida personal y colectiva, llama la atención al estudioso de la conducta humana el hecho de que esta palabra, que en el pensamiento clásico ocupó lugar preferente, brilla hoy por su ausencia. Preferimos hablar de éxito, e incluso hemos llegado a precisar con claridad meridiana los parámetros que identifican al hombre y la mujer exitosa: casa deslumbrante, seguros de vida, carro del año…, en fin, la mayor o menor cantidad de éxito parece directamente relacionado con la cantidad de bienes que podamos acumular y en la habilidad “Mediática”, con que podamos exhibirlos y deslumbrar a nuestros semejantes.

En los tiempos que vivimos no parece ser la frugalidad la tónica dominante, y mucho me temo que sea una palabra desconocida para las presentes generaciones con su voluntad aprisionada por el boato y el exhibicionismo.

Lejos estamos de aquellos tiempos en que San Francisco de Asís, que previo a su conversión disfrutó como pocos del derroche cortesano, expresara como lección perenne que “no es más rico el que más posee, sino el que menos necesita”, medieval evocación de aquella expresión atribuida a Sócrates, quien al detenerse ante los escaparates de las tiendas de Atenas, exclamaba en pleno dominio de su voluntad: ¡cuantas cosas hay que no necesito!

Llama la atención, sin embargo, al estudioso de la conducta humana que en el vocabulario juvenil comienza a cobrar inusual vigencia una expresión sintomática de la desorientación espiritual que caracteriza la sociedad contemporánea: ¡Estoy aburrido(a)!, e incluso no faltan niños y niñas a quienes, no sin estupefacción, hemos escuchado utilizar tal expresión.

Ha sido el psiquiatra y neurólogo vienés ya fallecido Viktor Frankl quien acuñó el término “Vacío existencial”, para referirse al estado de insatisfacción espiritual de quienes a pesar de tener todo lo que en apariencia necesita un ser humano para ser feliz, arrastran un profundo sentimiento de desilusión y desencanto.

Hecho por tierra, de este modo, la clásica concepción freudiana, según la cual la insatisfacción humana procede de necesidades sexuales no reprimidas, planteamiento que de ser cierto no explica el hecho de que nunca como ahora habíamos tenido los seres humanos mayor libertad sexual y al mismo tiempo más insatisfacción existencial.

Como psiquiatra descendiente de judíos estuvo prisionero en los campos de concentración de Autzswich y Dachau. Allí comprobó que la voluntad de sentido es más fuerte que la muerte y que cuando al ser humano lo anima un objetivo existencial poderoso desarrolla energías espirituales trascendentes que lo ayudan a superar las angustias más extremas y los dolores más insufribles.

La originalidad de su planteamiento consiste en afirmar que quien busca la felicidad por la felicidad no la va a encontrar, en cuanto es posible en esta tierra, porque lo que en definitiva buscamos los seres humanos no es la felicidad en sí misma sino motivos para ser felices.

Como expresara, poco antes de su muerte, en una entrevista concedida al periodista austríaco Franz Kreuzer: “…Una vez viene el motivo la felicidad llega por sí sola. Pero si en lugar de aspirar a un motivo para ser feliz, persigue la propia felicidad, fracasará en el intento y se le escapará. Y esto es algo que los neurólogos observamos a diario en las consultas con nuestros pacientes neuróticos sexuales: en la medida en que un paciente quiere demostrar su potencia, se vuelve impotente; en la medida en que un paciente intenta demostrar que es capaz de tener un orgasmo, se ve cohibida y no puede tenerlo completo”.

El sentido de la vida es algo que debe encontrar cada cual, pues a nadie se le otorga por nacimiento. Lo importante es encontrar un por qué para vivir, pues como afirmara Nietzche: “Siempre que encontremos un qué para vivir encontraremos cómo vivir”.

Por eso es preciso que volvamos a plantearnos el reto de educar para la felicidad. Hasta el momento sólo estamos educando para el éxito, y es por ello que crece en tantas personas una sensación de absurdo y de vacuidad existencial.

Al fin al cabo, el alma humana es compleja, y a todos, aunque sea como una ráfaga fugaz, nos ha llegado alguna vez la interrogante de Amado Nervo: ¿Por qué la existencia si es luz de una hora busca el sumo bien?

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