Felipe Gil, amigo, repentista inolvidable

Felipe Gil, amigo, repentista inolvidable

Uno de los hombres de mayor talento que he conocido fue mi hermano afectivo, ido a destiempo, Felipe Alejandro Gil Morales.

 Esto se ponía de manifiesto en la rapidez con la que brotaban de sus labios frases ingeniosas  en diversas circunstancias.

   Recuerdo que en sus días de laureado actor teatral paró en seco a un amigo de nacionalidad extranjera que dijo que no había asistido en el país a ninguna obra de ese género que sirviera.

  – Debió decir que no ha visto ninguna que entendiera- replicó Felipe, ostensiblemente herida su epidermis nacionalista.

   En una ocasión en que conversábamos y saqué un peine para alisar la orfandad pilosa de mi cráneo, me preguntó con sonrisa burlona: ¿Se va a rascar?

   Uno de nuestros amigos del barrio San Miguel repetía con frecuencia “yo soy un genio”, y Felipe le aconsejó que dejara de hacerlo, señalándole que” a veces tu afirmación llega después de agredir a la gente con un chiste malo”.

   Al decirle un enllave de escasas luces intelectuales que estaba leyendo La segunda oportunidad, novela del escritor rumano Constantin Virgil Gheorghiu, le recomendó que la leyera dos veces, “para que tuviera una segunda oportunidad de asimilarla”.

   A un amigo cincuentón que afirmaba con frecuencia que presentía que moriría joven, Felipe le indicó que eso era imposible porque “si fallecieras ahora mismo de un infarto, habrías muerto viejo”.

   Se hablaba en una tertulia de amigos de la afición del dominicano a las sesiones de brujería, y relaté que una amiga me llevó donde una mujer que “trabajaba con los luases”, la cual me dijo que yo tenía un enemigo en el trabajo.

   Al señalar que la dama se había equivocado, porque para la ocasión estaba desempleado,                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                   Felipe consideró que lo que la metresa había querido decir era que para mí el trabajo era un enemigo, debido a mi escasa vocación laboral.

Un comediante de conocida tendencia egolátrica, conversando con mi amigo y conmigo, afirmó que “él era el mejor actor de este país, e islas adyacentes, modestia aparte”.

-De la modestia siempre has estado aparte- dijo su architalentoso colega, con aire estudiadamente distraído.

   El fallecimiento de este locutor de hermosa voz y dicción perfecta, publicista eficiente, y gran ser humano, me llevó a recordar unos versos de Juan José Ayuso: “La muerte, a fin de cuentas, es solamente eso, como llegar a un día sin fuerzas ya para seguir luchando”.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas