Mantenimiento es una palabra que tiene aplicación prácticamente universal. Miles de instituciones en todo el mundo se dedican al riguroso oficio de mantener las cosas materiales en buen estado, es decir, de conservarlas para que perduren y tengan una vida útil más allá de lo que permiten las condiciones naturales, que no se dejen a las inclemencias del tiempo, dejadas al abandono. Los mantenimientos son tan importantes que en cada oficio o profesión existen manuales relativos a la conservación de cada cosa.
Un abogado, médico, ingeniero o periodista deben «dar mantenimiento» a su carrera, es decir, mantenerse al tanto respecto a los avances que se suceden en sus respectivas áreas. Eso sería lo correcto, pero no siempre esto ocurre al pie de la letra. Lo mismo ocurre con las instituciones, públicas o privadas, que si la rutina diaria se apodera de éstas, las perspectivas de progreso serán mínimas.
Pero en lo que se refiere a una casa, un carro, una PC, un local comercial estos bienes materiales sí que requieren de continuo mantenimiento. También las carreteras, las calles de nuestras comunidades, los puentes, los parques, escuelas, iglesias y monumentos requieren de mantenimiento. Pero no solo eso. Todo lo que nos rodea precisa que se le mantenga acorde a las circunstancias y a los tiempos. El mantenimiento consiste en prevenir fallas en un proceso continuo. Pero lo importante es que el mismo tenga efectividad, y no que sea «para salir del paso».
Hay en el territorio nacional obras que a lo largo de los años se han ido deteriorando, sin importar el interés estratégico de éstas. Y todo indica que están exentas de lo que significa mantenimiento, lo que indica que su preservación para la posteridad, para el uso de futuras generaciones, está en el limbo.
Los ejemplos hablan por sí solos: el Puente Duarte, que en su casi medio siglo de existencia los expertos lanzan la advertencia de que está en emergencia por el deterioro progresivo que presenta, con los cables que se compraron para sustituir los actuales tirados a la intemperie desde hace seis años, las torres con exagerado óxido, el pavimento deteriorado, y las bases en pie a Dios gracias.
Pero hay otro puente, el que está sobre el río Haina, en la vieja carretera que comunica el Sur con la Capital, y en el cual hace unos meses un camión tanquero rompió la valla protectora y fue a caer al río, a una distancia de más de 40 pies de altura. ¡Todavía esa valla está tal cual la dejó ese vehículo accidentado! El peligro acecha cada segundo que transcurre, tanto para los peatones como para los conductores.
Hay más aún. La avenida República de Colombia, una vía de desahogo para el tránsito liviano y pesado, y que va desde el Jardín Botánico hasta la autopista Duarte, luce descuidada, y los trabajos de mantenimiento que se han realizado en los últimos meses dejan mucho qué desear. Hay empresas contratistas que han realizado zanjeos en esa avenida y sólo rellenan con la tierra. El asfalto aplicado, solo en algunos tramos, ha sido por cuenta de Obras Públicas. Pero en esa vía no se han hecho los trabajos que amerita.
Hemos puesto apenas tres ejemplos de obras de infraestructura que tienen un interés estratégico en el desenvolvimiento cotidiano de la ciudadanía y que ameritan atención de las autoridades correspondientes. Pero además, de tiempo en tiempo se han dado a conocer reportes acerca de robo de cables soterrados de importantes calles de la Capital, de los escudos representativos de los países del continente que engalanan la avenida Las Américas, de cables telefónicos aéreos y soterrados. Las medidas correctivas no han sido del todo contundentes para erradicar esos males.
Ah, pero el puente de la 17, o puente Sánchez, que con 31 años de existencia no se le ha brindado todo el mantenimiento que requiere esa importante obra, que comunica la zona Norte de la Capital con la parte Este. El deterioro es más que notorio.
Si observamos con detenimiento, en calles y avenidas de la Capital faltan tapas del sistema cloacal, de esas que se colocan a nivel del pavimento. Algún desaprensivo carga con éstas y más nunca se reponen, ni se idean formas para que no se las roben. En el Expreso Quinto Centenario faltan algunas, para solo citar un caso.
Pero no podemos pasar por alto el interior del país, donde hay escuelas, hospitales, oficinas públicas y otras infraestructuras que exigen mantenimiento en sus plantas físicas, y sin que las quejas de los residentes se deje sentir ante las autoridades correspondientes.
Las instituciones públicas no pueden alegar falta de recursos económicos para realizar labores de mantenimiento en obras de interés colectivo. Mucho menos pregonar que no disponen de personal calificado. Eso no es excusa para descuidar infraestructuras que adolecen de fallas y que la población reclama para su beneficio.