POR ÁNGELA PEÑA
No poder visitar la República porque un arbitrario e inexplicable impedimento de entrada se lo prohibía desde 1963, mantenía nostálgico, angustiado y sumamente preocupado al reconocido historiador puertorriqueño Félix Ojeda Reyes quien veía alejarse cada año la posibilidad de realizar el sueño de completar su obra más laureada: la biografía del Padre de la Independencia de Puerto Rico, Ramón Emeterio Betances, al que no sólo la sangre une a los dominicanos sino la pasión con que apoyó y defendió las luchas por la libertad de este pueblo de sus antepasados. Su padre, Felipe, era oriundo de esta Patria.
La condición de independentista lo devolvía a su suelo en cada intento de ingreso a Santo Domingo. Hoy, cuarenta y un años después logró su acariciado anhelo y pudo volver a pisar la tierra en la que espera encontrar proyectos que su personaje más admirado dejó inconclusos, comprobar referencias, intercambiar con posibles descendientes, seguir los pasos de sus obligadas estadías impuestas por circunstancias políticas, hurgar en sus escritos.
Sentimientos de alegría se apoderaron del renombrado escritor, investigador y catedrático universitario al recorrer las calles y apreciar los monumentos históricos de una ciudad que se le había prácticamente borrado y que ahora comienza a reconstruir. En su breve estadía en la Capital vivió el entusiasmo inocultable del que comprueba asuntos consignados en su agenda de viaje pero también sintió la frustración inicial que se apodera del explorador cuando no da con lo que suponía localizable, intocado en el sitio de su imaginación por las narraciones que le aseguraban su permanencia.
Los días previos a su arribo, cuando un memorándum del Departamento Nacional de Investigaciones (DNI) le anunciaba que el impedimento le quedaba revocado, dos puntos se fijaron en su pensamiento como los primeros a ser visitados: el Parque Colón y la Catedral Primada porque al ilustre antillanista de sus búsquedas, también le preocupaban. Al templo envió desde París una obra de arte. Para la Plaza diligenció la producción de un artista al que le inquietaba si le habían pagado.
Por eso, confundido entre turistas, transeúntes, bohemios, dementes, vendedores ambulantes, pordioseros, feligreses, sacerdotes y beatas habituales en el parque y en la iglesia se confundía el historiador boricua satisfaciendo la curiosidad del legado Betanciano. En uno apenas encontró la inscripción que avala la existencia del convenio cumplido, en la otra, ni la más mínima evidencia. Pero marchó feliz a Borinquen porque pudo exponer con maestría los lazos de amistad que unieron a históricos personajes que llamó Profetas de las Antillas y porque carga como señal de identidad personal el documento que le da seguridad de regresar a bibliotecas y archivos para llenar el vacío existente en sus publicaciones en torno a Betances y los dominicanos.
Ojeda Reyes estuvo en el Archivo Nacional de Cuba, estudió manuscritos de la Biblioteca Nacional José Martí, de La Habana y peinó la Colección Giusti, un valioso libro copiador de cartas que la viuda de Betances, Simplicia Isolina Jiménez Carlo, regaló a la familia de ese apellido en San Juan, en agradecimiento por su ayuda para que ella pudiera trasladarse a Puerto Rico junto a los restos de su esposo. Pero aunque ahí encontró un epistolario de Betances con Gregorio Luperón, Fernando Arturo de Meriño, Ulises Heureaux (cuando era patriota) Eugenio Generoso de Marchena, Casimiro Nemesio de Moya, Jacobo Pereira, Vicente Flores, Eliseo Grullón y otros, es casi todo lo concerniente al país y a los dominicanos lo que le falta.
«El doctor Betances es hijo de padre dominicano en madre puertorriqueña. Para el tiempo de esas cartas, en un acto de desolidarización total con España, renuncia a la ciudadanía metropolitana para abrazar la ciudadanía dominicana. En los documentos a los que hacemos referencia, Betances fija en 1861 el inicio de sus gestiones de solidaridad con el pueblo dominicano».
Es Betances quien auxilia a estudiantes dominicanos en París, quien combate la dictadura de Báez, llama a Heureaux salvaje cuando comete los crímenes execrables de su dictadura, es quien se empeña en rescatar el Banco Nacional y es hasta el que utiliza sus canales diplomáticos para que el Vaticano designara arzobispo a monseñor Meriño, relata Ojeda Reyes. «Betances no era muy católico, era un espíritu rebelde, agnóstico y, sin embargo, lucha por ese nombramiento. Al purpurado, según Ojeda, el independentismo puertorriqueño lo había comisionado para ver si había sido natural la muerte del boricua Segundo Ruiz Belvis en Valparaíso. «Después, cuando se amplía el Comité Revolucionario de Puerto Rico, que sirve de cuerpo rector al proceso insurrecional que culmina con nuestro Grito de Lares, Meriño se integra como nuevo miembro».
«Me gustaría examinar las colecciones de periódicos del siglo XIX, en la República Dominicana, localizar escritos de Betances durante periodos que vivió aquí o enviados desde Francia acá y me imagino que vamos a hacer muchísimos descubrimientos que a lo mejor abren nuevas pistas en ese trabajo de investigación», declaró el historiador.
Magia y misterio
Félix Ojeda Reyes nació en Santurce el tres de febrero de 1941, hijo de Félix Ojeda Ruiz y María Reyes de Ojeda. Estudió en la Universidad de Puerto Rico e hizo maestría en Estudios Puertorriqueños bajo la dirección de Ricardo Alegría a quien hoy se honra en tener como amigo. Terminó un doctorado en Historia en la Universidad de Valladolid y su tesis doctoral es una biografía sobre Betances premiada por Casa de las América, en Cuba y luego publicada como El desterrado de París: biografía del doctor Ramón Emeterio Betances, 1827-1898. En 2002 ganó el Premio al Mejor Libro que otorga el Instituto de Literatura Puertorriqueño, con una dotación de diez mil dólares.
Ojeda cuenta que Hostos y Martí dejaron localizables documentos que permitieron conocer sus vidas y obras, pero «en el caso de Betances, lamentablemente, se han perdido los documentos. Dice la gente que estuvo en las oficinas de Betances en París que había alrededor de cien libros copiadores de cartas y documentos, y llevo más de veinticinco años y sólo he descubierto uno, lo demás se ha perdido para la historia, no nos explicamos por qué». El único localizado es el citado de la familia Giusti.
Como catedrático de la Universidad de Puerto Rico, profesor del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, Ojeda Reyes dirige una investigación en colaboración con la Universidad de París, para publicar alrededor de quince volúmenes con las obras completas de Betances «pero sabemos que nunca serán completas».
En sus búsquedas por las Antillas y por Francia, Ojeda Reyes encontró que «desde París, lleno de magia y de misterios, Betances trabaja como nadie lo hubiera esperado por el mejoramiento económico, social y cultual del pueblo dominicano. Por él nos enteramos de la llegada a la Catedral de Santo Domingo de un óleo magistral, atribuido a Murillo, hallado, dice Betances, en un convento de España, muy deteriorado, pero ha sido tan perfectamente restaurado en París que los peritos más distinguidos lo consideran como salido del taller del célebre maestro español. Este cuadro lo debe la Catedral dominicana a la munificencia de nuestro representante en París y en Lisboa, el señor Barón de
Almeida… «, manifiesta Ojeda reproduciendo a Betances. Lo buscó en la Catedral pero no lo encontró, se llevó la esperanza de averiguar y establecer su destino.
Por otro lado, comenta que el Monumento a Cristóbal Colón que desde 1886 se levanta frente a la Catedral «tiene que asociarse a las múltiples gestiones que nuestro héroe llevó a cabo en la capital francesa. Betances contrató al escultor Ernesto Giulbert para ejecutar el proyecto con motivo del cuarto centenario del Descubrimiento, pero el doce de octubre de 1883 aun no se le había enviado al artista la primera remesa por lo que Betances recordaba a los dominicanos que el artista tenía que alimentarse pues no sólo vivía del entusiasmo del escultor, sino «de carne, ropa y legumbre, como los demás cristianos». Ojeda comprobó, alborozado, el nombre del artista al pie del monumento.
Partió con la alegría de haber visto una parte del país después de tantos años, con la seguridad de poder volver a completar sus búsquedas y con el deseo de que «a la altura de estos años que vivimos volvamos a rescatar el legado de aquella gente y hablo de Betances, Hostos, Luperón, Meriño, Martí, Máximo Gómez. Hablo de los haitianos caribeños del siglo XIX. Ahí hay una experiencia histórica que no tan solo tenemos que rescatar sino ver las fórmulas para diseñar un nuevo proyecto de Confederación de las Antillas».