Feminicidio y pena

Feminicidio y pena

La propuesta senatorial de aumentar el castigo a los asesinos de mujeres es simplista y superficial, un intento coyuntural y al vuelo, tratando de dar respuesta al trágico incremento de la violencia de género en nuestro país.

La muerte de mujeres en manos de sus hombres, hoy conocido con el neologismo de feminicidio, viene tomando características de macabra epidemia en los países subdesarrollados. El Salvador encabeza la lista, con una escalada de un 197% en los últimos diez años, México le sigue. Nosotros, y otros países abrumados por la pobreza y la ignorancia, le pisamos los talones.

No se pueden desglosar causas en un estrecho artículo, pero sí esbozarlas: la cultura machista, la desintegración familiar, la ausencia de figuras  paternas, el analfabetismo real o funcional, la inmovilidad social y el desempleo están, sin lugar a dudas, en la dinámica del trágico fenómeno. A estos factores debemos agregarles el abandono estatal de las comunidades  más menesterosas y, por supuesto, las variantes psicopatológicas.

En sociedades con esas lacras, la lucha por la supervivencia se torna selvática. Los peores y más primitivos instintos ocupan la primera línea de defensa, entre ellos, el sometimiento irracional de la hembra por el macho.

El hombre elemental, sin acceso al cultivo de las instancias superiores de su cerebro, cuando el hábitat le niega el sustento y la autoestima, recurre  al sexo y a la agresividad extrema, intentando preservar su identidad y dar salida  a tantas frustraciones.

A mayor ignorancia, pobreza, abandono y degradación social (características sociales de nuestro ámbito) mayores serán los riesgos  que corren las mujeres de ser violentadas.

Encarcelar por sesenta años, como en México, es inútil. El  problema, al  fin y al cabo, es de origen psico-social; y es hacia ese punto donde debemos mirar para combatir la atrocidad.

Dos teorías, resumen de muchas otras, intentan explicar estas conductas aberrantes enquistadas en ciertos grupos humanos. La “teoría de las ventanas rotas” de George E. Kelling  y la de la “Cero tolerancia”, puesta en marcha con éxito por Rudy Giuliani, exalcalde de Nueva York.

La una, propone modificar el ambiente; dónde y cómo se vive. Para sus defensores, si no se toma en cuenta los aspectos sociales y de educación no  se llega a ninguna parte. La otra, “Tolerancia Cero”, consiste en el aumento  de fuerzas policiales, aplicación estricta de la ley y desmantelamiento constante de los focos delictivos.

La política del acalde Giuliani no fue ortodoxa como se pensó en un principio. En cuidadosos estudios, se pudo  demostrar que ya se venían aplicando en aquella urbe políticas de “Las ventanas rotas”. Los halagüeños resultados se debieron, como sucede siempre, a la ejecución inteligente de lo mejor de ambas teorías. La una no hubiese funcionado sin la otra.

Podemos echarles cien años de cárcel a los asesinos de mujeres, pero de nada servirá. Seguirán apareciendo cadáveres a diestra y siniestra por los contornos de estas tierras. Sin la seria decisión de cambiar esta sociedad- y esa decisión no existe- el feminicidio seguirá espantándonos.

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