Durante los últimos años, calificados especialistas del comportamiento humano han teorizado sobre el dramático fenómeno de los feminicidios. No han faltado los teóricos de nuevo cuño que osados y atrevidos se han sumado a esa corriente de opinión pública.
El Gobierno, lamentablemente, se ha dejado atrapar por esa vorágine, auto incriminándose de tal manera que se convierte entonces en principal culpable de un delito que ha existido siempre.
Tenemos la sensación y a veces hasta el convencimiento de que mientras más se dimensione a nivel mediático esa problemática, mayor será el llamado fenómeno del contagio, aplicándose la ingeniosa tesis del laureado escritor peruano Mario Vargas Llosa de lo que denomina la cultura del espectáculo.
Aplaudimos como es natural todas las campañas oficiales y privadas que se realizan en ese tenor, pero realmente la fiebre no está en la sábana y recuerdo siempre la espectacularidad que dan a sus actos criminales las organizaciones terroristas para lograr sus crueles propósitos, porque el efecto propagandístico le suma adeptos a su bárbara causa.
El factor mediático está contribuyendo a estimular los feminicidios, entonces cómo reducir o controlar esos efectos en un mundo donde las redes sociales por desgracia imponen su hegemonía.
La propia prensa escrita, que es el medio más cuidadoso, confiable y menos sensacionalista, por razones de competencia tiene que sumarse a esa vorágine mediática, pero debe cuidarse porque definitivamente los periódicos son el último bastión de objetividad, profundidad y manejo racional de la cultura informativa.