La llamada “guerra fría” fue un período de miedo mutuo entre la Unión Soviética y los Estados Unidos de Norteamérica donde predominó una lucha, no armada, por cada país ser considerado el número 1 en economía, carrera armamentista y poder nuclear, además de colocar en su esfera de influencia a otras naciones en cualquier parte del mundo.
El 13 de noviembre del 2013 (hace 7 años) a través de este mismo espacio y periódico, hice una propuesta que titulé “Faldas en la guardia” y que, para muchos, fue motivo de sarcásticos y mordaces comentarios. Algunos amigos me acusaron de soñador y de intentar congraciarme con las mujeres.
Pero era una forma poco ortodoxa de enfrentar en ese momento una ola de trágicos feminicidios que, tal vez, pudo haber salvado, si no a muchas, a varias féminas.
Era algo posible, atípico y probablemente único en el mundo, mi sugerencia de incorporar, entrenar y educar en artes marciales, técnicas de defensa personal, manejo de armas de fuego y convertir en miembros de los institutos armados a las mujeres maltratadas o amenazadas por parejas psicópatas, a fin de que éstos supieran que esas mujeres podrían representar una pared que los detendría frente a cualquier intento de agresión o abuso, porque se arriesgarían a recibir lecciones inolvidables y, cuidado, si algo más.
Eso representaría una reproducción de lo que fue la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, donde el miedo y respeto mutuos obligó a descartar cualquier agresión durante más de 40 años, y la paz se mantuvo, porque cada uno tenía la convicción y posibilidad de poder desaparecer del mundo al adversario.