El feminismo políticamente correcto ha decidido entrar a la carga en materia de lenguaje. Si hay que atentar contra la gramática, se atenta y no pasa nada. Así, se suprime el genérico masculino. No deberá, pues, decirse los niños o los chicos, sino los niños y las niñas o los chicos y las chicas, cuando no la infancia y la adolescencia.
Ocurre, sin embargo, que el género masculino no es suprimible: Pertenece al código básico del idioma. En español, el masculino es, genéricamente, el término no marcado, y por eso los niños puede servir para ambos géneros. Al obrar así, el idioma ni es machista ni discrimina a nadie; responde al principio de economía que rige su funcionamiento. Pese a lo cual, algunos políticos, también correctos, machacan los oídos con aquellos de los ciudadanos y las ciudadanas de nuestro país.
Las antiguas gramáticas decían que el artículo es un accidente del nombre. Está claro: El género es un mero instrumento de la concordancia gramatical. Diciendo la juez y no la jueza se evitan, a la vez, machismo, la cacofonía y la impropiedad: la jueza es la mujer del juez.
Pero este feminismo no se para en barras: Se abre la boca diciendo jueza; proscribe el uso genérico de hombre – el género humano -, heredero del anthopos griego; corrige el dicho clásico de que el hombre es la medida de todas las cosas, por la humanidad es la medida- y prohíbe hablar del cuerpo del hombre y del hombre de la calle, en vez del cuerpo humano y de la gente de la calle. Ridículo.
Podría seguir: El repertorio de ñoñería dista de estar agotado, pero vale la muestra. Nadie con un mínimo de sensatez puede oponerse a la efectiva igualdad de la mujer con el hombre, pero esta igualdad no se conseguirá a golpe de ñoñerías. En otros lugares y en otro tiempo se decía – lo decía el camarada jefe – lo del camarada mesero, y ya se sabe cómo acabó la historia y cómo transcurrió: El jefe, aunque camarada, almorzaba lujosamente y el camarero aunque camarada, le atendía servilmente. Y seguramente comía peor.