Fenómenos naturales y política

Fenómenos naturales y política

AMPARO CHANTADA
La lectura de la reflexión pertinente de Manuel Castells nos motiva para pensar que los fenómenos naturales podrían convertirse en un nuevo ingrediente político a la hora de evaluar las capacidades desarrolladas para su previsión, las acciones de evacuación, mitigación y reconstrucción por las autoridades electas de un país. Los ciclones y los tsunamis pueden ser detectados a tiempo pero las medidas que siguen requieren evacuaciones en tiempo récord que los civiles difícilmente logran.

Al contrario, los sismos no son detectables y sus consecuencias son catastróficas en zonas urbanizadas, los volcanes son vigilados y las evacuaciones de poblaciones pueden ser planificadas con tiempo. Sin embargo, como lo señala Manuel Castells todas esas catástrofes tienen un punto en común: si se valoraran distintamente algunos parámetros, las consecuencias en pérdidas humanas y materiales fueran menores. Por esos, los Gobiernos son evaluados y juzgados por poblaciones cada vez más críticas y disgustadas por las improvisaciones.

Entonces es urgente la reflexión sobre el sitio, o dicho de otra manera, sobre los lugares donde se realizan asentamientos humanos, y cuando es tarde para esto, vale cuestionar las infraestructuras de seguridad y de contención de los elementos naturales que se construyen.

Japón ha definitivamente optado por diseños antisísmicos y Holanda por infraestructuras de diques y esclusas, Francia y Portugal no saben cómo reducir los incendios forestales estivales y Europa en general paga grandes tributos por las inundaciones otoñales que arropan ciudades y poblaciones cada vez más hastiadas y disgustadas por la regularidad de los hechos y la incapacidad de las autoridades en prevenir o mitigar esos desbordes catastróficos.

Y es que los medios de comunicación han permitido a las víctimas de esos fenómenos medir la diferencia abismal que existe entre los militares que son capaces de movilizar grandes cantidades de artefactos y otros equipos bélicos en poco tiempo, apoyados en eso por una voluntad política inquebrantable y los civiles que parecen exponer sus poblaciones a riesgos invencibles y ser impotentes frente a la magnitud de las aguas, de los vientos, de los incendios que provocan en instantes miles y miles de víctimas y de pérdidas irreparables.

En News Orleáns, en el espacio de una noche, todo cambió; Katrina, ciclón anunciado y seguido por todos en las pantallas de televisión, provocó lo que ningún cataclismo económico, político o militar podía hacer, que fue demostrar la incapacidad humana, la falta de voluntad política, la descoordinación entre institución, su inutilidad e incapacidad para prevenir, mitigar y compensar las consecuencias provocada por el paso de ese ciclón, en una ciudad fantástica, llena de vida y colorido, cuna de genios musicales, expresión viva de las culturas entremezcladas.

El gobierno de G.W. Bush ha demostrado sus límites en la resolución de problemas sociales y económicos internos a la nación, mientras mantiene su presencia en Irak en un conflicto que se enloda y lo dejará mal parado otra vez.

En los estados de Mississipi, Alabama, Florida y Luisiana, 2,3 millones de personas fueron privadas de energía eléctrica, hecho sin precedente en una nación que conoció el New Deal, que tenía por balance la superación de déficit de infraestructuras y servicios en esa parte de los EE.UU., caracterizada por un pasado esclavista y las dificultades en superar situaciones heredadas. Si comparamos noticias de los diarios, EE.UU. se acerca a los problemas de América Latina, que conoció en su historia, acontecimientos peores que el paso de una Katrina.

Los medios enfatizaron un tiempo los pocos actos vandálicos de poblaciones desesperadas pero esas imágenes fueron más eficaces para demostrarnos la improvisación, la falta de planificación, de imprevisión, la indecisión, la lentitud, la ineficacia, la falta de coordinación, los pocos recursos movilizados frente a un fenómeno natural que azota el Caribe, año tras año.

El albergue improvisado en el Superdrome dio la impresión de que todos esperaban el paso de los vientos por encima de la ciudad; nadie pensó en los diques, en el Mississipi, en el nivel del mar, como nadie pensó en comida, medicina y agua por pensar que todo iba a pasar rápido.

Fueron medidas de improvisación y no de evaluación seria de Katrina, pues los «ricos» pudieron salir solos de la ciudad y los otros, los enfermos, viejos, los pobres no tenían lugar, ni hogar a donde ir; entonces se quedaron esperando una respuesta de sus autoridades, del Gobierno y sus representantes, respuesta que no llegó.

En un censo realizado en el 2000 se revela que los ingresos anuales de los blancos en el condado de Orleáns era de 31,971 dólares por personas mientras los negros tenían un promedio de 11.332 dólares, dando una señal clara de las diferencias sociales existentes todavía en esa región de los EE.UU.

Los diques de Luisiana son viejos y mal mantenidos, la ciudad está por debajo del nivel del mar; solo se necesita inversiones que modernicen el sistema y preserven para la humanidad esa ciudad, que es un claro reflejo de la solidaridad y cooperación entre naciones. Se sabe hoy que las autoridades locales y el cuerpo de Ingenieros del Ejército norteamericano pidieron más fondos para renovar los diques y que la administración actual de G.W. Bush redujo el presupuesto anual a esa entidad de 71,2 millones de dólares, o sea una reducción de 44,2 % desde 2001, Hoy vemos los resultados. Se deberá reconstruir New Orleáns, cueste lo que cueste, pero no todo el mundo volverá en vivir en esa ciudad; esto será una de las primeras consecuencias sociales de esa falta de amor hacia una región de los EE.UU. impregnada de dolor e injusticia social.

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