FERNANDO AMIAMA TIO
La verdadera historia del ajusticiamiento
de Trujillo

FERNANDO AMIAMA TIO <BR><STRONG>La verdadera historia del ajusticiamiento <BR>de Trujillo</STRONG>

POR ANGELA PEÑA
Es, probablemente, el libro que ofrece mayores revelaciones en torno al ajusticiamiento de Trujillo aunque su autor, Fernando Amiama Tió (Marullo), lo tituló: “Ayer, el 30 de Mayo y después” porque la obra es además la historia económica, política, social, cultural, familiar del Macorís de sus años mozos y adolescentes y de la ciudad capital a la que vino a residir a los dieciséis años y en la que murió, con plena lucidez, a los 92.

Pero a pesar de tantos datos inéditos del tiranicidio, este cautivador y bien documentado libro relata conjuras anteriores a la de “la Noche Grande”, con los planes y nombres de sus organizadores. Refiere víctimas, asilados, exiliados, encarcelados y desafectos de la tiranía desde los mismos inicios del trujillato, aunque la personalidad del dictador es estudiada por él desde antes de lo que  llama “el Cuartelazo bárbaro y salvaje” del 23 de Febrero, “nada de bella revolución”, como la definió Tomás Hernández Franco.

“Habilidoso y calculador como era Trujillo, escurridizo como un felino, se las arregló para llegar cada día antes de las 6 de la mañana a la sencilla Casa Presidencial con la lechosa fresca y los guineos maduros que debían consumirse en el sencillo y sano desayuno del anciano presidente (Horacio Vásquez) y de su esposa doña Trina, a quien ya el General con su descaro y cinismo característicos llamaba tiernamente “Mamá”.  Así sugestionados y casi adormecidos, los mantuvo alejados de sus verdaderos amigos, hasta que cometió el bochornoso crimen que todos conocemos, algo similar al llamado “Crimen Proditorio”. El crimen sobre la presa segura. Esa traición de 1930 malogró para siempre la esperanza que representaba en aquellos momentos difíciles la impresionante y esperanzadora carrera política de don Federico Velásquez y Hernández”, escribe.

Desde que se comienza la lectura, es difícil suspenderla. Amiama habla con la autoridad del periodista que conoció intimidades de influyentes y sonoros actores de sus crónicas sociales en La Opinión, con el dominio del reportero que vivió las interioridades del régimen de Trujillo cuando cubría el Palacio. Habla también el ex canciller, director de Pasaportes, secretario de Estado de Trabajo, encargado de los asuntos haitianos, el maestro, el catedrático universitario, el conspirador, el hermano del héroe.

“De la acogedora y cordial casa de Juan Tomás Díaz surgió el complot que culminó con el ajusticiamiento. Todo se fraguó en esa casa para siempre inolvidable. De ahí emanaban todas las direcciones. Ahí llegaron los conjurados pasadas las 10 de la noche del 30 de mayo, con el cadáver de Trujillo. De ahí salió mi hermano a reunirse con el general Román. De ahí salió Juan Tomás con el mismo propósito. Ahí estaba el corazón de la trama. Ese era el centro y el epicentro de la acción. A este sector donde sobresalía la casa de Juan Tomás Díaz se le llamaba “La Caldera del Diablo” porque estaban por ahí, también, las respectivas casas de Antonio de la Maza, Antonio Imbert, general Román, Papucho Pagán, Bienvenido García Vásquez y su esposa Marianela Díaz, la embajada de los Estados Unidos, la casa de Trujillo, y la casa de Angelita su hija y, en consecuencia, la de su entonces esposo Luis José León Estévez, así como el Cuerpo de Ayudantes Militares de Trujillo”, declara.

Así de pormenorizados son los relatos de este brillante escritor fallecido en septiembre de 2005 pero que antes de ir a la tumba dejó escrito y siete veces revisado este material extraordinario que aclara viejas distorsiones y desmiente reiteradas versiones de acontecimientos que avalan sus vivencias. Luis Manuel Pellerano Amiama, su sobrino, y su esposa Maritza de Pellerano, se encargaron de pasar a máquina los borradores redactados en la vieja máquina mecánica, de llevarlos a la imprenta y darlos a la luz en una bella y rica edición que, aunque bien cuidada, respetó los particulares usos del tío Marullo que también es poeta y novelista.  Su hija Pilar colaboró estrechamente con sus primos.

“Me tocó llevar a tío Lusito a Filadelfia en un último intento de enfrentar la enfermedad que lo condujo a la muerte y él, en plena conciencia, me exhortó a ayudar a tío Marullo a continuar el libro que ellos habían empezado”, refiere Pellerano Amiama, refiriéndose a don Luis Amiama Tió, quien fue como su segundo padre. El amoroso sobrino trabajó en la coordinación, patrocinó la publicación, se encargó de la presentación.

En el impresionante texto parecen hablar los dos hermanos inseparables. Marullo lo confiesa al narrar un episodio de 1937: “Ya estaba en pie desde hacía muchos años y fortaleciéndose cada vez la gran y fraterna unión mía y de mi hermano”. Y agrega: “Esa unión nunca sufrió desvíos. Mario Read Vittini dijo un día aludiendo a esa compenetración impresionante: “No se sabe dónde comienza un hermano y donde termina el otro”.

Trujillo, “El César”

No hay una palabra de elogio para Trujillo y sí patéticas exaltaciones para sus opositores y víctimas, como “el titánico” Virgilio Osvaldo Vilomar Castillo, los esposos Martínez Reyna, Cipriano Bencosme, Desiderio Arias, Alberto Larancuent, Hugo Tolentino Dipp, Vetilio Matos, Temístocles Messina, Marino E. Cáceres, Pedro Henríquez Ureña, Carlos Mejía, Gugú Henríquez, Enriquillo Henríquez García, Juan Valdez Sánchez, Antinoe y Gilberto Fiallo, José Antonio Jiménez Álvarez, Mineta, Eliseo y Vinicio Roques Martínez, Amable Nadal y muchos otros que fueron perseguidos, muertos, desaparecidos, inmolados, encarcelados por órdenes de quien él llama invariablemente “El César”.

Cuenta historias nunca escuchadas hasta de hermanos del caudillo que también fueron víctimas de sus caprichos e intrigas, como Virgilio, Aníbal y Danilo. “Don Virgilio no era cambiante como el hermano todopoderoso. Tuvo muchos encontronazos con Trujillo, a quien llamaba burlonamente “El Bagre”.  Un buen día, narra, “los hermanos Trujillo tuvieron un encontronazo tan grande que don Virgilio tuvo que irse a España. Ningún hermano pudo ir al aeropuerto a despedirlo. Doña Marina y doña Japonesa, que lo querían mucho, lo vieron desde lejos, con el auxilio de unos anteojos”.

Amiama habla del consultorio que Trujillo anunciaba en la prensa, alardeando de su Doctorado en medicina. También dirigió una orquesta en La Romana, “subido en una silla, batuta en mano, bajo el pretexto de que aquí no había músicos. En esos tiempos del desequilibrio mental fatigaba a todos en la oficina, en la finca, en el hogar, en la calle, con la cantaleta de que aquí no había médicos, ni abogados, ni maestros, ni financistas”.

El 30 de Mayo

No hay conspiración que escape al trabajo exhaustivo y completo de Amiama Tió. Todos los nombres y detalles están en este libro, incorporando relatos desconocidos. Miles son los identificados y por eso es tan abundante el índice onomástico.  Son incontables las víctimas a las que agrega una participación nunca antes contada. Gustavo Mejía Ricart, los hermanos Ducoudray Mansfield, Moisés de Soto Martínez, María Soler, Juan Morales, Raúl Odiott, Carmen Estela Jiménez, Pipilo Casado Jiménez, Salvador Barinas Tejada, César Cruz Mordán, Ramón Armando Brea Messina,  Peña Batlle, Rafael Moore Garrido, Gilda Pérez, Amiro Cordero Saleta, Juan Canto Rosario, Félix Barbosa, Álvaro Kidd, Darío Domínguez Charro, Francisco Ramírez Vásquez, Freddy Valdez, Quírico Valdez, Emilio García Bencosme, Pericles Franco Ornes, Máximo López Molina, Juan Rodríguez García, Horacio Julio Ornes, José Rolando Martínez Bonilla, todos los miembros del Movimiento Revolucionario 14 de Junio tienen en este libro una epopeya que se revela ahora.

La persecución y espectacular escapada de Guido D´Alessandro, los arriesgados asilamientos en las embajadas, las causas concretas del crimen contra Lithgow Ceara, la muerte de Octavio Pérez Garrido (Trenes), entre otros casos, son narrados con pormenores tan estremecedores como el complot en el que participó Rafael Octavio Amiama Castro (Tavito) sobrino del autor. “Amiama Castro pertenecía al grupo de los resueltos jóvenes que habían hablado de disparar a Trujillo desde una cloaca del malecón. A ese grupo digno pertenecían Tirso Mejía Ricart, René Sánchez Córdova, Fabio Herrera Miniño, Miguel Alfonseca, Fidelio Despradel, Antonio Avelino y Federico Henríquez Gratereaux”.

Es el 30 de mayo, sin embargo, la fecha que mereció la mayor atención del escritor, al que no escaparon acontecimientos posteriores, como el atentado contra Imbert Barreras o la trama “Águila Feliz”, un ardid del Presidente Balaguer para involucrar  a los hermanos Amiama Tió y a Juan Bosch en un supuesto intento de eliminarlo y en el que se intentó ligar a Luis con el desembarco de Caamaño.

Del magnicidio todo es prácticamente inédito. Son los secretos que mantuvo guardados tantos años, tal vez para completar lo que un sin número de autores olvidó o escribió incorrectamente. Sorprende con la revelación de participantes en la conjura que jamás se habían mencionado, tanto como escandaliza con la relación de la increíble cantidad de personas, hombres y mujeres, que estaban al tanto de los plantes. Cada implicado tenía sus confidentes, algunos hasta más de diez. Parte de las torturas y del interrogatorio a José René Román Fernández (Pupo), que la familia conservaba, se reproducen en el libro.

La frustrante intervención de Arturo Espaillat, el fracaso de Luis Manuel Baquero, de Donald y Robert Reid Cabral y de Andrés Freites Barrera frente a la ausencia de “Pupo”, dejaron sembrado el desconcierto en el valiente grupo de rebeldes. “Esa noche el mismo Román había estado con Trujillo en la caminata del malecón y en la Base Aérea de San Isidro donde Trujillo le hacia una de las acostumbradas desconsideraciones que el tirano hacía a sus funcionarios cuando consideraba que cometían algún error… Esa noche en la Base Aérea de San isidro  fue crítica sobre dos aspectos: Trujillo nunca pensó dentro de su poder que esa sería precisamente la última reprimenda que daría en su vida y que esta sería al general Román horas antes de su muerte”.

Y concluye: “Si mi hermano, Juan Tomás y Román hubieran hecho contacto esa noche del 30 de mayo, la segunda parte del plan no había tenido el final lamentable que tuvo. Seguro que no. Juntos ellos hubieran enfrentado cualquier diferencia. Hubieran vencido cualquier contratiempo. Se hubieran crecido…”.

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