Fernando Peña Defilló en el Museo de Arte Moderno

Fernando Peña Defilló en el Museo de Arte Moderno

Para el Museo de Arte Moderno, la  Feria del Libro es la oportunidad idónea de presentar exposiciones especiales. La afluencia enorme de público en la Plaza de la Cultura hace que una  pequeñita parte de esa impresionante multitud se convierta en visitantes del museo… y haya la afluencia que debería ser la norma de asistencia en una institución de artes visuales como ésta. Además, acuden entonces muchos jóvenes, fuera de los grupos escolares, otro hecho  muy  regocijante.

Este año, la programación ha sido magnífica, y se ofrecieron tres exposiciones fuera de lo común: la vanguardia rusa –tan contundente e importante históricamente como austera y difícil–, una generosa colectiva de la expresión religiosa y sacra en el arte dominicano, y la muy esperada muestra homenaje a Fernando Peña Defilló con motivo de su Premio Nacional de Artes Plásticas, la que indudablemente más concentra la atención.

El infinito Fernando Peña Defilló.  Consideramos que tenemos mucha suerte al disfrutar, en año y medio, dos exposiciones de un artista dominicano excepcional, que se resiste a las presentaciones públicas… Y son dos muestras distintas, aunque varias obras se hayan exhibido en ambas –¡cuánto placer!– La antológico-retrospectiva del Centro León se destacaba por su carácter evolutivo y analítico, metódico y emotivo a la vez, el evento del Museo de Arte Moderno tiene carácter de homenaje, “interactivando” las épocas, poniendo un acento sobre el arte sacro por la dedicación de la Feria del Libro al Vaticano.

Cabe recordar que nuestro museo oficial cuenta con una cantidad considerable de pinturas de Fernando Peña Defilló en su colección permanente –era en los tiempos de la curaduría de Jeannette Miller, admiradora apasionada del maestro–. Esta abundancia permite llenar una sala completa con las telas y collages de “La materia y el espíritu”, y contemplar la incomparable “Mitología criolla”, verdadera síntesis histórico-geográfica y étnico-social del país… y del Caribe.

En la vertiente religiosa –nos permitirán evitar el discernimiento entre religioso y sacro–, aparte de una omnipresencia mítica y mística hasta en los temas profanos, nos deslumbran los espacios habitados por la iconografía de la Virgen, de madonas con orígenes plurales –aunque la antillaneidad domina y el sincretismo se asoma–, encantadoras todas…

 Sucede entonces un fenómeno extraño: a pesar del tema, lo hagiográfico y celestial no sobresalen como elemento conceptual primordial. Tanto o más que una “profesión de fe”, leemos una increíble fantasía y volubilidad creadora, una facultad de seducción y metamorfosis continua, una dinámica de movimientos rítmicos, de diseños incontenibles,  de composiciones en tablero, que, en nuestro criterio, acentúan más la parte formal que dogmática.

 A este respecto, nos sentimos más fervorosamente conmovidos por pinturas como el formidable tríptico del “Triunfo de la luz”, o “El primer día”, un inicio simbólico-lírico de la Creación, …o aun por el cimero “Cuerpo presente”,  presunto héroe y mártir por la libertad.

La representación mariana nos lleva a los territorios sin fronteras de la virtuosidad dibujística del artista y a su capacidad de expresar, sencilla y llanamente, lo real-maravilloso de la juventud y la femineidad.

Cuerpos y paisajes presentes. Fernando Peña Defilló, que es también un crítico de arte sobresaliente, escribió a propósito de Jaime Colson –y una pintura en particular–: “La factura de esta obra es francamente deslumbrante… es el compendio de la obra y el pensamiento del maestro.

En la parte técnica es la síntesis de las experiencias y conocimientos de tan larga y fructífera carrera. En lo conceptual, también está plasmado el pensamiento de Colson.”  Estas palabras se aplicarían perfectamente  al mundo figurativo de Peña Defilló, que así mismo anotaba en Colson una “dedicatoria a la juventud y al desnudo, al triunfo y a la gloria de ambas condiciones (…)” Los cuerpos de hombres y mujeres transmiten un diálogo sensual y un erotismo tranquilo, como en “El manto de la noche”, pareja amancebada místicamente debajo de las constelaciones, donde reina la luminosa solemnidad del amor. La aparente sencillez de los sujetos testimonia nuevamente la naturalidad de un talento virtuoso que,  sí, actúa a modo de un creador omnisciente y todopoderoso en el arte. Cuadro tras cuadro –que piden una contemplación y no el “zapping” de una obra a otra–, observamos el simbolismo de la imagen y la realidad de un tratamiento a la vez elegante y fino, vigoroso y preciso de la figura humana: ésta se impregna, en permanencia, de una connotación espiritual, hasta en los temas cotidianos, y traduce, indisociable, una concepción física e intelectual de la pintura. A Fernando Peña Defilló le motivó siempre contar a su gente, a su país, a esa naturaleza –en diferentes reinos– que él sublima y exalta, por ejemplo en el fascinante entorno de las “Montañas azules”. Creemos, pues, que para el gran artista, renovar el arte es volver a la naturaleza. Él no cesa de aprender a mirar… y de enseñarnos cómo mirar hacia la exploración sin límites de su riquísima trayectoria, de su clamor por la vida.

Agradecemos al Museo de Arte Moderno, a María Elena Ditren,  su directora, y a la curaduría de Amable López Meléndez, por esta exposición  de Fernando Peña Defillo, un extraordinario artista, máximo creador e intérprete de la belleza.

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