Ferrocarriles y satélites

Ferrocarriles y satélites

En su documento de 1995, la Comunidad Internacional Bahá’í dijo en su documento Prosperidad Mundial: “En su expresión tradicional y competitiva el poder es tan ajeno a las necesidades del futuro de la humanidad como puedan ser las técnicas de la locomoción ferroviaria a la tarea de poner satélites en órbita”. Es un concepto profundo que va mucho más allá de la cuestión del poder.

Hace un tiempo, tuve la oportunidad de pasar por la Grand Central Station en New York y la Union Station en Washington, dos monumentos a la grandeza, el anhelo y, si quiere, el hubris del hombre. Miles de personas pasan por allí todos los días y ni siquiera miran hacia arriba al gran palacio arquitectónico que construyeron para hacer la simple función de ser una estación de trenes.

¿Por qué sintieron los moradores de esas ciudades el deseo irresistible, hace cien años, de erigir templos al ferrocarril? Porque en ese tiempo, el tren era el máximo en cuanto al transporte, la tecnología y la moda. El tren era el Concorde de su época. Jamás en la historia había existido un medio de transporte tan veloz, tan rápido, tan eficiente, con un alcance transcontinental. El tren borraba la distancia, enlazaba las dos costas de un país previamente dividido en dos, representaba la conquista por el hombre de la naturaleza. Llegar a New York o Washington en tren era arribar a esas grandes ciudades por el medio de transporte por excelencia y merecía un palacio de recibimiento.

Ese es el contexto en el cual se debe entender la cita de la Comunidad Internacional Bahá’í. La tecnología de ferrocarril era la más importante de su tiempo y representaba la vanguardia de la ciencia y la visión del futuro tenía que concebir un mundo movido por ella.

Pero las cosas cambian. De hecho, cambian mucho más rápido que los pensamientos. Hoy en día viajar en tren es un lujo de los románticos y el niño bonito de la tecnología actual se dedica a poner satélites en órbita.

Cuál, entonces, es la relevancia de la ciencia del ferrocarril para las tareas apremiantes de la época de satélites? Los genios de otra una era desaparecida no tienen los conocimientos para responder a las necesidades de hoy. El siglo XX fue testigo a la unificación de hecho del planeta. Ello implica una serie de replanteamientos de conceptos en todos los sentidos. No es solamente el concepto del poder sino todos los conceptos – de soberanía, de ciudadanía, de gobernabilidad, de justicia, de unidad, de consulta, de ciencia, de religión, de las relaciones entre pueblos y naciones, que ameritan una re examinación. Los problemas del futuro no responden a las soluciones de ayer, por más meritorias que pudieran haber sido en su tiempo. Problemas nuevos requieren soluciones nuevas.

En otra entrega, veremos el análisis de “la expresión tradicional y competitiva del poder” que ha quedado obsoleta, y una alternativa.

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