Fidel y los dominicanos

Fidel y los dominicanos

La muerte ha de llegar a todos, nos decía un pensador oriental, añadiendo que la diferencia es que hay muertos que pesan menos que una pluma y otros que por su legado positivo pesan más que una montaña; Fidel pertenece a éstos últimos. No hay lugar a dudas de su entrada a la historia imperecedera. Bolívar en el declive de su vida física en abril de 1830 abandonaba Bogotá de manera casi clandestina, un grupúsculo de exaltados adversarios le voceaba “¡Longanizo! ¡Longanizo!”, tratando de zaherir la epopeya, pero era imposible ese hombre llevaba al hombro su pasaje irreversible al claustro de inmortales de la historia. Lo mismo ocurre con los alaridos ínfimos de los agoreros que tendrán que engullirse sus calumnias, que no invalidan al Fidel que desde hace mucho ocupa un sitial preferente en la galería de la historia. A los dominicanos nos toca de cerca la aflictiva pero entendida partida, por los solidarios vínculos históricos de este personaje con nosotros.
En la embarazosa Universidad de La Habana de la década del cuarenta, este joven de buenos recursos económicos y sin raíces genésicas dominicanas, ocupaba el cargo de Presidente del Comité pro democracia en la República Dominicana, contra la tiranía de Rafael Trujillo. Dominicana ocupó un lugar cimero en los orígenes del internacionalismo solidario de este hombre ecuménico. En torno a su participación como miembro de la frustrada expedición patriótica anti-trujillista de Cayo Confites, Fidel le explicaba al escritor español Ignacio Ramonet: “Sí, en julio de 1947 me incorporé a la expedición de Cayo Confites, para participar en la lucha contra Trujillo, ya que me habían designado desde el primer año presidente del Comité Pro Democracia Dominicana de la FEU […]. Añadía que los estudiantes cubanos sentían mucha antipatía hacia Trujillo. Fue encargado de una compañía de combatientes y manifestó que: “[…] tenía planeado irme para las montañas con mi compañía cuando arribáramos a República Dominicana, ya que en esa historia terminé como jefe de una compañía”.
Trujillo logró sobornar al jefe del ejército cubano Genovevo Pérez Damera, quien dispersó y apresó a los expedicionarios de Cayo Confites, Fidel se lanzó al agua y nadó ocho millas para evadir su captura, le manifestó al célebre periodista Tad Szuld: “No me dejé arrestar, más que nada por una cuestión de honor: me avergonzaba que la expedición terminase de aquella manera”. Periodistas dominicanos de la revista Ahora al cuestionarlo sobre su concepto en relación a la expedición, respondió: “La verdad era que tenía un embullo tremendo. Andaba con un fusil ametralladora que tenía un peine […]”. Al definir porqué se enroló en el proyecto de invasión, expresó: “No estaba ni por espíritu de aventura ni nada de eso. Estaba porque sentía la cosa, me pareció un deber y actué con entusiasmo. Había cientos de gentes igual que yo allí. No creo que sea nada extraño”. También enunció la sensación que sintió cuando en 1948 por la vía área llegó en tránsito al aeropuerto de la en aquel tiempo Ciudad Trujillo, pasando de modo inadvertido por el celoso aparato represivo de la tiranía que lo tenía ubicado por sus antecedentes anti-trujillistas en La Habana. Se dirigía hacia Colombia a un Congreso estudiantil, donde uno de los temas a debatir era la democracia en la República Dominicana. En medio de la actividad se presentó el Bogotazo.
Cuando Fulgencio Batista vuelve a asumir el poder en Cuba mediante golpe de Estado en 1952, se ordena apresar a los exiliados dominicanos y venezolanos, el héroe dominicano Tulio H. Arvelo refirió que en los terrenos de la universidad de La Habana fue celebrada una manifestación de solidaridad con los exilados y los oradores fueron Fidel Castro y el médico dominicano Manolo Lorenzo Carrasco (quien luego sería héroe y mártir de la gesta inmortal del 14 de junio).
Tras el triunfo de la revolución cubana en enero de 1959, y su inmediata visita a Venezuela, en la Universidad Central de Venezuela, se quitó su boina y empezó la recolecta de fondos para iniciar la campaña que daría al traste con la tiranía de Trujillo. Desde el Santo Domingo encadenado la reacción no se hizo esperar y toda la maquinaria propagandística del régimen fue utilizada contra este proyecto, incluyendo la composición del merengue “recogiendo limosna no lo tumban”. Finalmente llegó la expedición de los héroes de junio del 59 con la sincera colaboración de Fidel, jornada patriótica que creó las condiciones para el despertar del pueblo dominicano contra la tiranía que finalmente sucumbía dos años después. En la Guerra de Abril y la segunda intervención militar de Estados Unidos, su solidaridad también se hizo sentir en todos los foros de debate. De igual modo su apoyo al héroe nacional Francisco Caamaño con la repatriación patriótica de Caracoles contra el autoritarismo balaguerista. Sin titubeos, Fidel siguió los pasos de Martí y Maceo que se sintieron dominicanos.

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