Fidel

Fidel

UBI RIVAS
El presidente de Cuba, doctor Fidel Castro, ha cumplido el 14 de este mes 79 años de edad, casi 47 a grupas del poder, a contrapelo de diez presidentes norteamericanos que desde que proclamó al comunismo como su norte en 1960, han intentado derrocarle y asesinarle. Fue el presidente Dwight Eisenhower el primero que “le calentó al agua” al comandante que conserva intacta su copiosa barba, promesa hasta que cumpla las metas trazadas por su revolución, aún inconclusa no obstante los padecimientos de sus conciudadanos y el tiempo, que en el decir del finado presidente Joaquín Balaguer, “aplasta y mata”.

En efecto, fue el general Eisenhower, el supremo comandante de los Aliados al final de la II Guerra Mundial, que organizó Bahía de los Cochinos y Playa Girón, que complementó JFK, compelido por el complejo militar-industrial, que se asegura acabó con su existencia por oponerse a su diseño y no entender que son las esquinas básicas del trípode o triángulo de poder del “stablishment”, el “american way of life USA” y que el presidente es el tercer punto, el de arriba.

Lyndon B, Johnson, Richard Milhous Nixon, Gerald Rudolph Ford, Ronald Reagan, Jimmy Carter, William Jefferson, Clinton (Bill), George Bush padre y George Bush jr. han completado el elenco de gobernantes norteamericanos a los que Fidel ha sobrevivido, aunque no tan fresco como una lechuga, sí firme en el poder.

En todo el decursar de esa jornada incomparable de valor, desafío a la potencia más aplastante que ha conocido la humanidad en cinco milenios de registros, de porfía por un ideal, unos principios, unas metas, unas normas morales, Fidel necesariamente ha tenido que sentarse o acostarse a reflexionar tan profundo como es capaz de hacer su mente privilegiada de talento impar.

En ese tropel de vivencias tremebundas y traumáticas, Fidel ha de recordar, obligatoria y necesariamente, los primeros resoplidos rebeldes en la Universidad de La Habana, barbilampiño, y el choque audaz del Moncada en 1953 cuando apenas si salva la vida para fluir al exilio en México y organizar la aventura temeraria del Granma, y al general español Alberto Bayo entrenando a aquellos mozalbetes inexpertos en la política y en las artes marciales.

Recordar al timonel del Granma, Onelio del Pino y su copiloto Miguel Mejía Pichirilo, asesinado por los “incontrolables” en la ciudad colonial dominicana luego de la contienda fratricida de abril del 65.

Los rostros siempre dispuestos al sacrificio de vilma Espín, Haydée Santamaría y Celia Sánchez, y las figuras imposibles también de olvidar de Camilo Cienfuegos y Ernesto Guevara de La Serna, el inmenso Ché, frizado en la eternidad de su mirada perdida en el tiempo por la lente de Alberto Korda, diseminada en franelas, gorras, afiches, pancartas, pero sobre todo, en lo profundo del alma de los irredentos del mundo.

El desastre del desembarco del Granma cuando de 82 expedicionarios, la represión del sargento Fulgencio Batista liquidó 70 y solo 12, idénticos a otros 12, treparon Sierra Maestra hasta la eminencia suprema del Turquino en procura de cristalizar los ideales que impulsaron la hazaña increíble.

Efigenio Almejeiras, Juan Almeida, Raúl Roa, Carlos Lechuga, Blas Roca, Onelio Agramonte, son tábanos que ronronean el vídeo mental de Fidel, siempre.

Fidel ha superado todos los retos, todos los desafíos, menos el de proporcionarle abundancia a sus conciudadanos, la inmensa mayoría de los cuales lo sigue más que como una costumbre, que se afirma es ley en la conducta humana, como la cuña que se le ajusta al martillo para sostener su firmeza, es este caso, de los principios a los que es imposible claudicar.

Ha superado el derrumbe del Muro de Berlín y con él, la utopía sangrienta de 73 años de ensayo comunista en la hoy extinta URSS, en 1979 que ocasionó a la revolución cubana el mayor revés económica de su luengo ensayo que a 47 años de distancia no cuaja económicamente.

Fidel observó los funerales de Sir Winston Churchill, Mao Tse-tung, Houari Boumedienne, su gran básiga argelino y como Muammar El Gadafy pendulaba desde el extremismo anti-yanqui hasta retornar manso al redil de la sensatez.

Josip Broz Tito, Enver Hoxa, el Gran tío Ho Chi Minh transmutaron hacia otras dimensiones ante los ojos entristecidos de Fidel, pero él, en el poder, glotonamente, machaconamente, tozudamente, tercamente, irrenunciablemente, como un poseso.

El nacimiento de la OPEP en 1973, la caída de Saigón el 30 de abril de 1975 ante la ofensiva incontenible de Viet Cong y la intrepidez digna de las odas de los griegos antiguos del general Vo Nguyen Giap, que había hecho lo mismo 21 años antes en Dien Bien Phu contra los franceses y el general Christian De Castries haciendo añicos 17 batallones galos.

Los más de 900 intentos de la CIA para acabar con su existencia.

Los más de una docena de lugares donde duerme desde 1960, cada noche, acostándose en uno y concluyendo en otro, en una guerra de nervios que hubiese liquidado a cualquier otro mortal, pero no a él.

La pisada selenita de Neil Armstrong en julio 1969.

Todos esos episodios han desfilado, como una caravana terrible en la mente de Fidel, culminando con la tesis de Deng Xiao-ping de “una China, dos sistemas” y la aperturización gradual al viejo orden en la Ciudad Prohibida, que se resiste a calcar y por el contrario, obturar el panorama, crispado ante la perversidad de la globalización y alentado por el nuevo trato de Hugo Chávez.

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