¡Fiesta y mañana gallos!

¡Fiesta y mañana gallos!

Tan pronto abandona  el vientre materno el infante emite el clásico grito que anuncia la venida al mundo de un nuevo ser. Nace tierno e inmaduro, dependiendo su protección y sustento de la abnegada madre. Aprende el niño a gatear y luego a caminar; explora, prueba, por lo que poco a  poco sus destrezas psicomotoras son mayores.

En el contacto con sus semejantes  y el ambiente desarrolla la capacidad de grabar imágenes y expresiones tanto humanas como de otras especies y de la naturaleza misma. Tuve la dicha de nacer y crecer casi a la orilla de un río. Este incansable transportador recoge de parte las aguas procedentes de la cordillera septentrional repetía cada año sus inolvidables crecidas por medio de las cuales ampliaba su ribera. Imágenes de más de medio siglo permanecen en mi memoria tan frescas como el primer día.

Aquel tranquilo y solitario campito es hoy un bullicioso lugar lleno de discotecas, agencias de apuestas, paradas de motoconchistas y de casetas con vendedores ambulantes de frutos agrícolas, ubicadas estas últimas  en las márgenes de la deteriorada y peligrosa carretera que une a Navarrete con Puerto Plata.  La otrora poderosa fuente acuífera es ahora apenas un riachuelo debilitada por una incruenta deforestación. Huérfano de protectores, de  jaibas, camarones y de peces, el legendario río Pérez languidece ante la mirada indiferente de la gente.  Las orillas de esas refrescantes aguas están inundadas de vasos, platos, botellas vacías, cucharas, tenedores y cuchillos plásticos. Las charcas, más que sitios para bañarse parecen grandes basureros llenos de materiales no reciclables. Los lugareños viven esperanzados en que cuando vuelvan las crecientes y los desbordamientos se consiga limpiar la basura que cada fin de semana religiosamente depositan los bañistas con sus comilonas y bebederas.

La panorámica local descrita pudiera ser trasladada a lugares similares del territorio dominicano y de otras tierras del exterior.  En ellos la dinámica es la misma, la sociedad de consumo genera día a día un volumen equis de desechos, muchos de los cuales no son biodegradables. Nos están llenando de desperdicios nocivos al medio ambiente y a los animales. Las bellas y verdosas lomas y montañas que ayer alcanzábamos a divisar en el horizonte ahora son tristes peladeros semejantes a un revolcadero de burros. Ya no brotan los manantiales, el agua no se puede tomar de su fuente original, so pena de sucumbir a una disentería bacteriana. Los terrenos son cada vez menos fértiles y por ende más áridos. Se nos achica la madre natura, desaparecen flora y fauna. Son pocos los que se detienen a escuchar el mañanero y embrujador canto del ruiseñor. El sonido de los gallos solamente interesa a los galleros que cuidan de estas aves con el avieso propósito de ponerlas a pelear bajo el estímulo metálico de crueles apostadores.

Mientras en el viejo continente, en Copenhague, capital de Noruega, se reúnen preocupados por el cambio climático global los grandes representantes del mundo desarrollado, aquí en Santo Domingo pregonamos engañados: ¡Fiesta y mañana  gallos!

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