Fieston de Nostalgia con Blanca Iris Villafañe

Fieston de Nostalgia con Blanca Iris Villafañe

Mientras esperábamos el show, que empezó mucho más tarde de lo habitual, escuchábamos con deleite la música del pasado de distintos géneros e intérpretes que desde los altavoces inundaban la sala de espectáculos del Maunaloa.

Salsas y merengues de los 70’s y los 80´s, remotos boleros, la aguardentosa voz de Julito Dechamps o las trovadorescas primeras canciones de José Feliciano y sobre todo un largo desfile de canciones de la nueva ola que quizás humedeció las pupilas de más de uno que rememoraba su adolescencia; se desgranaban en nuestros oídos, provocando que al empezar el espectáculo pisáramos ya el umbral de una suave embriaguez nostálgica.

Luego de los impacientes aplausos con que el público demandaba la presencia de la bolerista, Anthony Ríos, anfitrión de la noche, presentó a Blanca Iris Villafañe como una artista cuyas canciones impugnaban el predominio machista en una época en que era impensable que una mujer cuestionara un estatus de sumisión femenina que se veía como algo normal.

Tras un breve y tímido saludo la Villafañe empezó a cantar esos boleros desafiantes y despechados que la situaron hace 40 años junto a Odilio Gonzáles (El Jibarito de Lares), como representante emblemática de toda una época triunfal de la canción puertorriqueña en Latinoamérica.

Al tiempo que escuchaba su hermosa y nítida voz, intacta pese a los estragos de los años, y me unía con aplausos e interjecciones aprobatorias al creciente entusiasmo del público, una cálida corriente de añoranza me arrastraba mansamente al territorio de una nostalgia ajena pero querida; la dulce nostalgia de mis padres y su generación. Aquel tiempo romántico de velloneras y serenatas en que se bailaba el bolero a media luz y tomarse de las manos era el santo y seña de una hiperbólica promesa de amor eterno.

Desde el escenario la antigua Diva de ese bolero de cuerdas y percusión, de lírica y sonido tan parecido a la actual bachata, cantaba para nosotros, entre breves comentarios en que nos instaba a divertirnos, lo más selecto de su reconocido repertorio, concluyendo con “Besos Callejeros”, que fue celebrado emotivamente por una concurrencia que puesta en pie ovacionó con cariñoso respeto a esta anciana reina de la visceral canción de amargue que durante 40 ó 50 minutos nos encantó el alma, con la evanescente e inasible ebriedad de la nostalgia propia y ajena.

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