El fin de año siempre es oportuno para recordar que los seres humanos, sin importar la sociedad en que se desarrollen, anhelan la felicidad, aunque no siempre la encuentren. Muchos se sublevan contra las injusticias, pero no todos terminan hallándola. Aspiran a una compensación del sufrimiento y esperan el castigo de quien se lo inflige, pero muchos suelen llegar al final de sus vidas sin ver colmadas sus aspiraciones o satisfechas sus expectativas.
Por los grandes contrastes de la vida que observan o padecen, se sienten al mismo tiempo, señores del universo o seres perdidos en la inmensidad del mundo. Por eso se constituyen al mismo tiempo, en escenario y actores de la lucha de siempre entre el bien y el mal.
Frente a tales desequilibrios, hay seres humanos en el mundo que ni siquiera se plantean la posibilidad de comprenderse a sí mismos. Para ellos lo único cierto es que viven, y que fuera de esta vida nada les consta, y que por tanto, hay que disfrutar de ella al máximo y a como dé lugar.
Otros confían en que el hombre, él solo y sin ayuda de nadie, puede lograr al final de su lucha, establecer un reino feliz sobre la tierra. Que saciará todos sus anhelos y que satisfará a plenitud sus esperanzas.
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También hay los que creen que la existencia humana está sencillamente desprovista de todo significado; y que por mucho que el hombre se empeñe, estrellará impotente ante el hecho de ser un accidente de la casualidad. O como escribió un pensador “Una equivocación de un lejano adiós indiferente, o hasta el producto casual del juego de fuerzas desconocidas”.
Pero no se trata solo de especulaciones teóricas ajenas al comportamiento diario de muchos. Porque los primeros casi siempre caen fácilmente en un hacerlo todo por placer sediento y sin escrúpulos; los segundos se pasarán la vida corriendo con ilusión y creyéndose con méritos detrás del espejismo de un paraiso; y los últimos serán permanentemente potenciales candidatos a la desilusión, la abulia y sus consecuencias.
Pero ante unos y otros, está el pensamiento humanista del cristianismo. Que le presenta una visión realista y liberadora del hombre, de sus angustias, sin jugar con los anhelos a base de espejismos ilusorios. Les presenta una concepción que llena de dignidad el origen del ser humano. Plenitud a su destino y un gran significado a su misión temporal.
Esa concepción liberadora del hombre está en la médula misma del pensamiento humanista. Y lo ha estado siempre. Y aunque se pretenda actualizar teorías o pensamientos basados en los aspectos que consideran al hombre solo una cifra o un instrumento, será válida cualquier acción que se fundamente en los valores inalienables del ser humano.
Y aunque los griegos tuvieron un sentido agudo de la dignidad del ser humano, fue el cristianismo el que aportó una visión decisiva de la persona, de su valor sustantivo, de su entidad individual, de su propio e intransferible valor y de su intrínseca dignidad. Ojalá que podamos tomar un tiempo en este final de año para revalorizar estos conceptos. Feliz año 2023.