Fin de año

Fin de año

Ante a cuanto ocurre en el tercio oeste del territorio insular en que se asienta la República Dominicana, el país sale bien librado del año 2010. Tenemos cólera, ciertamente. Los casos registrados son infinitamente menores en número que aquellos que han afectado Haití. El vecino pueblo no sólo padece la pandemia, también llora las muertes de miles de los afectados por ese mal. Tampoco sufrimos el terremoto que asoló ese pueblo al llevar a la muerte a millares de miles de sus hijos y destruir bienes por millones de gourdes o pesos o dólares.

Hemos de dar gracias a Dios por todo ello. Y orar por ese pueblo vecino, pues en la medida en que acrecientan sus sufrimientos, mayor cantidad de ellos se refugia al este de la isla. Hoy día, por mucho que las autoridades cuenten esos inmigrantes, desconocemos cuántos de ellos viven con nosotros. El censo de cuya aplicación hemos sido mudos testigos, no esclarecerá la cifra. Tengo amigos a quienes no encontraron en sus casas, y les pegaron en las puertas de la vivienda el sello de “casa censada”.

Gastamos mucho más de cuanto producimos. Mal endémico éste, los gobiernos han empobrecido a la Nación Dominicana gracias a los subterfugios a los que han recurrido para meter las manos en el tesoro público. Han malversado y dilapidado desde las gestiones de la colonia. Sueltos de mano en la República, con muy escasas excepciones hemos honrado las responsabilidades que se han asumido. Por ello también hemos de orar al Señor, tanto para que nos cure este vicio como para que rescate al pueblo de la situación en que hemos caído.

Crecemos. Se dice que la economía crece y no caben dudas de que todos los pueblos, aún debatiéndose en inmunda pobreza, crecen. Ese crecimiento, empero, no se refleja como desarrollo. Por ende, las cifras aparentan ser poco creíbles. Lo que indudablemente aumenta es el número de habitantes porque la tasa de natalidad mantiene determinada constancia. Y por supuesto, gracias al trasiego del oeste. Por ello también debemos orar a Dios, para que imbuya de sabiduría a los administradores del Poder Público. 

Hemos de pedirle al Todopoderoso que nos oriente como pueblo dedicado al trabajo. Hemos de pedirle que nos haga ver que, aunque marchamos por vericuetos de una economía terciaria, no debemos desprendernos de la agropecuaria. Y sobre todo, hemos de aprender a manejarnos en este sector. Acostumbraba de niño a sentarme en el descanso de las escaleras del lado sur del alcázar de Don Diego Colón. Las goletas de Tatá Martínez, de don Tito Mella y de los Pichirilo, entraban y salían del muelle. Las goletas, veleras, alternaban con los buques de gran calado y movidos por máquinas.

¿Por qué el intenso movimiento de esos barcos? Los buques traían la mercancía importada y se llevaban cemento y otros productos. Los veleros, que también traían carga menor, se llevaban tubérculos y otros víveres, muebles de La Futurista y otras fábricas, y otros productos. Los moradores de las Antillas Menores eran los compradores regulares de esos productos y de sillas y mecedoras serranas, exportadas en piezas. Ese mercado no es de productores dominicanos. Y no lo hemos sustituido por otros países compradores.

Esta última realidad debe preocuparnos. Y por ello debemos orar a Dios, para que nos proteja también en el nuevo año que se acerca y permita asumir una visión renovadora de la producción, el crecimiento y el desarrollo del país.  

Publicaciones Relacionadas

Más leídas