Fin de las violaciones a la ley de
tránsito: conclusiones semióticas

Fin de las violaciones a la ley de<BR>tránsito: conclusiones semióticas

DIÓGENES CÉSPEDES
No sé si recoger basura en camiones compactadores o camiones  alquilados a plena luz del día en las calles de la capital o cualquier otra ciudad del interior viola la ley 241, pero lo que sí sé es que causa una gran molestia y perturba la fluidez del tránsito. Cada vez que los conductores nos pechamos con uno de esos camionazos, se paraliza el tránsito y causan innumerables tapones.

He estado o vivido en grandes ciudades de Europa, Medio Oriente y América y nunca he visto recoger la basura en pleno día. Quizá ese sea un hábito de los países «subdesarrollados». En Nueva York, donde viví casi un año, me interesó este problema. Supe por boca de terceros, a quienes pregunté, que si hay un sindicato al cual todo obrero le gustaría pertenecer es al que recoge la basura en la ciudad. La recogen de noche. Los salarios de estos obreros son privilegiados, pero merecidos por la hora y el tipo de trabajo. Que me corrijan si yerro en lo que hasta aquí llevo dicho.

Tampoco sé si está prohibida por la ley 241 una práctica semiótica propia de los chóferes del concho de Santiago, historia que me fuera referida por el poeta del periodismo Esteban Rosario.

Consiste dicha práctica en el toque de bocina con las siguientes funciones semióticas: 1) para saludar a alguien; 2) para ordenar al peatón que pase; 3) para indicarle a otro vehículo que la luz está verde para él (dormido o atolondrado); 4) para iniciar una conversación entre dos chóferes; 5) para que le cambie una papeleta a fin de darle el cambio a un pasajero; 6) para avisarle un peligro a un transeúnte; 7) para advertir que va a doblar a la derecha o a la izquierda; 8) para avisar a los pasajeros que el chofer va o no va por la ruta X; 9) estas señales semióticas (bocinazos) van acompañadas de gestos y otras violaciones comunes a la ley 241; 10) insultos acompañados de bocinazos; y 11) dejo en la incógnita las otras señales semióticas que quepan en este apartado y que no haya yo expresamente enumerado aquí.

Como se ve, en Santiago son más creativos que en la Capital en materia de violación a la ley 241. Aquí se matan; allá ríen y ayudan.

Finalmente, existen actitudes en el manejo vehicular que delatan hilaridad, como la del conductor malicioso que se roba un pedacito de calle en vía contraria para entrar a la suya y no dar una vuelta completa. O el que se duerme en el semáforo y hay que despertarle a bocinazo. Quienes no tienen aire acondicionado, le confunden a maldiciones. O el que maneja de forma atolondrada, quien, al igual que el que maneja tan lento, son arqueologías del tránsito y del folclor callejero y ponen en peligro el fluir de los demás vehículos. A todos dejo esta conclusión y una recomendación de lectura del artículo «Semiología de la lengua», de Émile Benveniste, quien en la página 54-55 de su libro «Ensayos de lingüística general, II» (México: Siglo XXI), dice: «La más mínima atención a nuestro comportamiento, a las condiciones de la vida intelectual y social, de la vida de relación, de los nexos de producción y de intercambio, nos muestra que utilizamos a la vez y a cada instante varios sistemas de signos: primero los signos del lenguaje, que son aquellos cuya adquisición empieza antes, al iniciarse la vida consciente; los signos de la escritura; los «signos de cortesía», de reconocimiento, de adhesión, en todas sus variedades y jerarquías; los signos reguladores de los movimientos de vehículos; los «signos exteriores» que indican condiciones sociales; los «signos monetarios», valores e índices de la vida económica; los signos de los cultos, ritos, creencias; los signos del arte en sus variedades (música, imágenes; reproducciones plásticas)  en una palabra, y sin ir más allá de la verificación empírica, está claro que nuestra vida entera está presa en redes de signos que nos condicionan al punto de que no podría suprimirse una sola sin poner en peligro el equilibrio de la sociedad y del individuo.»

Más claro de ahí…

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