Fin de los asedios a Miguel Aníbal Perdomo

Fin de los asedios a Miguel Aníbal Perdomo

POR DIÓGENES CÉSPEDES
Me ha permitido tu reseña a “Al arma contra figuraciones” clarificar, para ti y para quienes nos leen, las posiciones que enfrentan, en el plano teórico, las nociones de la estilística que practicas y los conceptos de la poética antimetafísica que sigo.

 Han quedado deslindados las nociones y conceptos de ambos métodos, aunque no de forma exhaustiva, pero sí de la manera más cabal que pude concebir. Me permito ahora situar algunas de las creencias literarias externadas en su recensión publicada en AREÍTO del 28 de julio de 2.007.

 Recuerdo tu viaje de estudios en Chicago con Rafael Núñez Cedeño, luego a Bergen y finalmente a Nueva York donde terminaste el doctorado, decisión que celebré al igual que la de los poetas Norberto James, el difunto José Molinaza y Andrés L. Mateo y la de quienes he alentado a irse al extranjero a estudiar literatura, aunque pocos han regresado a su país a dar la batalla por el cambio cultural.

Como hace ya dos decenios que te instalaste en los Estados Unidos, grandes y pequeños hechos literarios y culturales se te escapan, o sea la intrahistoria crítica de las prácticas sociales y poéticas de mi contexto. Las noticias te llegan deformadas por las subjetividades y los niveles culturales de los emisores de correos electrónicos.

Eso explica tu deseo de que los escritores del patio aprovechen la ocasión de la publicación de “Al arma contra figuraciones” para que se venguen de mi libro, el cual, a juicio tuyo y de ellos es una obra donde prima lo discursivo (es decir, la ausencia de vuelo imaginativo) debido a que están casi cabalmente ausentes las emociones y los sentimientos. Esos escritores y tú tienen las mismas creencias en materia de ideas literarias.

Que yo recuerde, ha habido una sola recepción muy favorable a mi libro, aunque con tu mismo señalamiento (ausencia de emociones y sentimientos) y fue la de José Rafael Lantigua en el suplemento Biblioteca de enero de 2.002, si no yerro. Pero las reseñas de ambos son estilísticas y no les puedo pedir, sin conocer con detenimiento la poética meschonniciana, que vean, desde la lectura del título, un proyecto de escritura poética en contra del realismo literario que obliga al poeta a vaciar sus emociones y sentimientos en el texto, ya sea a través de los personajes, de la vida del autor o de un pronombre personal. No les puedo exigir a ambos la lectura prosódica del título o de cada uno de los poemas. No les exijo que revelen a quienes les leen, el descubrimiento del consonantismo y el vocalismo del libro, procedimiento para el cual tendría que exigirles el conocimiento del libro de Jean Starobinski titulado “Les mots sous les mots”.

Que “al arma” no designa literalmente un instrumento de guerra, sino un grito de prevención en contra de las figuraciones que las reseñas de ambos desean imponerme como camisa de fuerza. Las figuraciones son la mimesis de lo real: los sentimientos y emociones son reales en los sujetos de carne y hueso. Esas son las figuraciones que la estilística y su método analítico y dualista del fondo y la forma quieren forzarme a reproducir en el “yo de mi escritura” y en  algunos de los personajes de mis textos poéticos o cuentísticos, los cuales no tienen ni sangre ni huesos. No utilizo el yo de la escritura ni mis personajes para reproducir las ideologías literarias de una época, las de tu época. Puede que en “al arma” y en “alarma” convivan los dos sentidos, pero ¿cómo decidirlo? Cuando el título dice “contra figuraciones” significa que se trata, en mis textos, de transfiguraciones, no de la reproducción de ideologías y creencias.

Juan Bosch le recomendaba en 1.937 a Hilma Contreras no escribir cuentos de amor: “Fíjese esto en el cerebro: EL AMOR, EN LITERATURA, ES EL PEOR DE LOS TEMAS, PORQUE EL AMOR ES PARA VIVIRSE, Y CADA QUIEN LO VIVE A SU MANERA.” (“La carnada”. Santo Domingo: Letra Gráfica, 2.007, p. 5). Verdad de a folio. Encarnado en un yo o un personaje, ¿no es el amor de tinta y papel una figuración contenida en millones de textos literarios?

Te aseguro que los miembros del jurado de poesía tomaron su venganza en 2.002, pero tú no estabas aquí para saberlo. El cambalache de Discépolo era muy grande en esa época. ¿No viviste el espectáculo ofrecido por tus propios colegas cuando publicaste tu primera novela aquí? ¿No te decían de frente que era la mejor novela publicada en el país hasta ese momento? ¿No constataste que al dar la espalda decían que era la peor novela? Esa pequeña burguesía trepadora que conforma la madriguera de poetas y escritores no cambia. Quien no depende de la opinión ajena para ser lo que es, la oye y la deja pasar. Sigue su camino y sigue su escritura, es decir, lo que tiene que hacer.

Sin citar a Paz dices que escribir es un acto de libertad y que la escritura determina las categorías y no lo contrario. Estamos de acuerdo por primera vez. La poética dice que la escritura funda su  propio género. La estilística confunde “las estructuras preexistentes de las formas (como el soneto, el cuento, la novela) con su utilización única.” (Meschonnic). Debido a esta confusión, la mayoría de los poetas y narradores del patio confunden mis textos con su denominación genérica de portada.

La portada, de la cual haces una lectura aproximada, es un generador de la forma-sentido del poema 46 que transfigura la figuración que nos contaron sobre el 11 de septiembre de 2.001. Quien se quiera creer el cuento que se lo crea. Mientras tú creas que el ritmo es de carácter discursivo, es decir, igual a ausencia de emociones y sentimientos, tu lectura poética será un fracaso. El poema es transformación del sentido a partir de una práctica. Lo que tú llamas discursivo, es para nosotros la teoría. Esta es también transformación y produce un conocimiento nuevo. Si no lo produce, se queda en repetición de lo ya dicho por alguien. Por eso, tu afirmación de que “la poética parece ser la subversión de lo que llamamos ideología” es un error garrafal. Y se debe a que no estás en poética, sino en estilística.

La subversión, la rebelión, la revuelta o la insurrección no es concepto de la poética. Es noción de la estilística y del discurso político. Esos cuatro términos refuerzan el poder que creen combatir. La estrategia y las apuestas de la poética son la transformación de los discursos y prácticas escriturales anteriores.

“También aparece el sosegado tono lírico, aunque en contadas ocasiones, como en los poemas 49 y 50”, dices. Los partidarios de la mimesis hubiesen querido ese proyecto ilusionista en que la literatura mantuvo como rehenes a los lectores de aventuras. Romanticismo de bachillerato y  bares pueblerinos que la cultura “light” ha desterrado para tranquilidad de los padres de familia.

En mis libros le armo un proceso crítico al amor, a las ideologías de época y a los sentimientos como estereotipos de tinta y papel que nada tienen que ver con la vida concreta de cada sujeto de carne y hueso.

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